Serrano, Oyarzabal y Caminero | Crítica

Bach del bueno

De izquierda a derecha, Pablo Martín Caminero, Daniel Oyarzabal y Antonio Serrano.

De izquierda a derecha, Pablo Martín Caminero, Daniel Oyarzabal y Antonio Serrano. / M. G.

Dijo Xabier Arzalluz –en frase hoy impronunciable– que prefería "a un negro que hable euskera que a un blanco que lo ignore", y hoy Iñaki Williams está jugando en el muy étnico Athletic de Bilbao. Lo que le importaba era el lenguaje, no quién lo hablase. Tampoco a los defensores de la ortodoxia historicista –al menos a los que sean inteligentes como un jesuita– les importan demasiado a estas alturas los medios que se usen para tocar la música de Bach, sino que quien los utilice comprenda el lenguaje bachiano y le haga justicia con la forma de articular y frasear que necesita esta música.

Antonio Serrano demostró ayer no solo ser un músico de altísimo nivel, sino entender perfectísimamente ese lenguaje: supo decir cada frase de Bach con la intención, el detallismo, la sutileza e incluso la pura dicción del mejor violinista barroco, partiendo de una limpieza, una nobleza en el sonido y un legato que dejaron fuera de lugar cualquier discusión sobre idoneidad de los instrumentos. Lo que sonó en la primera parte del concierto no era fusión, sino, simplemente, un Bach excelentemente tocado, con un acompañamiento perfectamente equilibrado por parte de un Caminero cumplidor con el arco y un Oyarzabal transparente que satisfizo las expectativas de su fama en el mundo de la música barroca. El emocionantísimo Adagio ma non tanto de la BWV 1016 que nos dejaron será recordado por mucho tiempo. El mestizaje quedó para una segunda parte en la que tradujeron con magnífico gusto y conocimiento obras de Bach al lenguaje musical más negro, el jazz, para abrochar un concierto inolvidable.

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