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Bás in Éirinn

  • Errata Naturae traduce al castellano a la irlandesa Mary Lavin, una autora que en sus relatos recrea magistralmente la vida y demuestra una asombrosa capacidad para adentrarse en los sentimientos y motivaciones de sus personajes

Mary Lavin (Massachusetts, 1912-Dublín, 1996), una de las voces más valiosas de la literatura irlandesa.

Mary Lavin (Massachusetts, 1912-Dublín, 1996), una de las voces más valiosas de la literatura irlandesa.

El lector se enfrenta a la lectura de En un café de Mary Lavin (East Walpole, 1912 – Dublín, 1996) no sin ciertas precauciones tras leer el apasionado texto de la contraportada del volumen, publicado por Errata Naturae, en el que se compara los relatos de esta escritora irlandesa, muy poco conocida en nuestro país y por primera vez traducida al castellano, con los de Dublineses de James Joyce. No obstante, tras comenzar la lectura de estos textos, el lector precavido no puede más que rendirse ante la evidencia de que se encuentra frente a la obra de una narradora que, como también se nos apunta en este texto de contraportada, está destinada a formar parte de nuestro imaginario literario.

Los dieciséis relatos de Mary Lavin que forman parte de la selección incluida en En un café suponen una interesante primera aproximación a la obra de una autora cuya creación parece indisolublemente unida a su experiencia vital. Nacida en Estados Unidos de padres irlandeses, Lavin volvió a la “antigua patria” de sus antepasados cuando tenía diez años. En Irlanda creció, estudió y se formó como escritora, pero en ningún momento pareció olvidar su condición de emigrante –de segunda generación, en su caso– y lo que eso suponía para su familia y tantas otras que tuvieron que abandonar su tierra para buscar nuevas oportunidades en un nuevo país, en un nuevo continente. Parece que este significativo hecho no dejó de estar presente a lo largo de la vida de la autora. Tal vez por eso, estos relatos están ambientados a ambos lados del Atlántico y en algunos de ellos, como ocurre en el conmovedor El principito, en ambas orillas.

Los relatos de Lavin están construidos desde la observación directa y, sobre todo, a partir de su penetrante capacidad para ponerse en el lugar de los variados personajes que pueblan sus cuentos, por muy ajenos a ella que sean, y descubrir sus sentimientos y motivaciones. Desde la joven novicia de Guantes de gamuza a los dos locos mayordomos de La escapadita, pasando por la entrañable niña protagonista de Limonada –uno de los relatos más sobresalientes del conjunto–, en pocas ocasiones encontramos personajes tan de carne y hueso como los de Lavin. La autora los dota de vida, casi podemos notar el calor de su piel o de su aliento, a través de pequeños gestos y delicadas descripciones de sus pensamientos o estados de ánimo.

En pocas ocasiones encontramos personajes tan de carne y hueso como los de Lavin

Son las suyas historias de la verde Irlanda jocosas y trágicas, a veces al mismo tiempo, pero también de la vida en la grandes ciudades del país, como Dublín. Otras tantas comienzan, suceden o finalizan en los Estados Unidos. Son la mayoría de ellas historias íntimas montadas sobre pequeños acontecimientos cotidianos que son el detonante de los grandes y pequeños cambios que hacen mover el mundo. Historias de soledad, a veces compartida, de encuentros y desencuentros familiares, de búsqueda de un destino que parece complicarse. Varias de ellas están protagonizadas por viudas (En medio de los campos, En un café, El hijo de la viuda…), por mujeres que luchan solas por salir adelante y que intentan darse a sí mismas una segunda oportunidad en un mundo en el que, hasta quedarse solas, siempre han sido apéndices de alguien. Son historias de una dureza extrema que hablan con sencillez y naturalidad de grandes tragedias cotidianas y que reivindican el derecho de estas mujeres a vivir consecuentemente con sus principios y deseos.

Destaca también en los relatos de En un café la destreza de Lavin para recrear ambientes y describir espacios urbanos y naturales y para colocar a los personajes magistralmente en su contexto exacto. Las tabernas irlandesas, los barcos que atraviesan el Atlántico, los campos verdes, las veredas polvorientas, las cunetas cuajadas de flores, las escuelas católicas, el fuego del hogar y, cómo no, los cementerios pulcros o desvencijados, forman parte de un mundo que el lector puede sentir como cercano, que se levanta ante su vista con una fuerza inusitada y que podemos disfrutar gracias a la cuidada traducción de Regina López Muñoz.

Estos relatos de Mary Lavin delimitan un fragmento de realidad. No vamos a encontrar en ellos finales chispeantes o sorpresivos. En estos cuentos la vida pasa, una vida que “tiene muy poco argumento” y que “normalmente se interrumpe a medias”, como confiesa la escritora protagonista de Una historia con estructura, que escucha atónita los comentarios que hace sobre sus escritos un bien intencionado, pero desconsiderado, lector que le reprocha que sus cuentos “son muy flojos”. Es este relato una verdadera poética del cuento tal como lo entiende Lavin. En él pone en solfa las críticas que seguro recibió por su particular forma de entender la narración corta. Lo hace con valentía y un significativo sentido del humor.

Los relatos delimitan la realidad: no vamos a encontrar en ellos finales chispeantes o sorpresivos

También en El hijo de la viuda Lavin nos descubre su particular concepción del relato. En él experimenta con dos posibles finales para una misma historia y pone de manifiesto que para ella la literatura cobra completo sentido cuando se convierte en un modo de recuperar la memoria, personal y colectiva, y de asentarla a través del tiempo: “De hecho, algunas veces es más fácil inventar que recordar con detalle, y de no ser así, tanto el arte de narrar como el arte de chismorrear se marchitarían en un instante”, nos asegura la voz narradora de este cuento.

Mary Lavin murió en 1996 tras haber sido reconocida como una de las voces más valiosas del panorama literario irlandés, que, por otra parte, tan estupendos narradores ha dado. Su voz atraviesa sin fisuras al lector para susurrarle el viejo dicho gaélico Bás in Éirinn (Ojalá mueras en Irlanda) y trasladarlo con su potente prosa a la tierra amable e inhóspita en la que la autora creció y por la que siempre vivió.

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