Compositoras, francesas, fin de siglo, impresionismo y simbolismo. Son los tags que definen este concierto que se adscribe al ciclo interno denominado “Nombres de mujer” del presente festival veraniego. Prácticamente todas las compositoras del programa compartieron una buena formación académica (de la mano de Franck, Fauré, Saint-Saëns o del mismísimo Chopin, en el caso de Clémence de Grandval) que luego tuvo que luchar contra los prejuicios y barreras que ponían trabas a una carrera musical profesional. El compartir todas ellas (salvo quizá Grandval, de adscripción más netamente romántica) una misma adscripción estética conllevó el que el concierto discurriese por sendas de monotonía estilística, sobre todo durante la primera parte del mismo. Todo cambió con la sonata de Bonis y las piezas de Boulanger, obras maestras indudables que hicieron subir el termómetro artístico de la noche.

Morelló es bien conocido del público sevillano por su participación en la Sinfónica y por su asiduidad en estos conciertos campestres. No por ello deja de sorprender por la limpieza de su sonido y por su capacidad de matización del mismo en largas frases deletreadas con mimo y con gran sutileza en las gradaciones dinámicas. En el Scherzo de Grandval destacó la articulación en staccato de ambos músicos (soberbio uso del pedal por parte de Báez) y la manera tan precisa y a la vez seductora de entrelazarse las líneas melódicas de ambos instrumentos, con la dificultad de los momentos en que los ritmos se contraponían. La sutilidad en la pulsación de Báez quedó manifiesta en la manera de acariciar los arpegios de la Chanson de Holmès. Pero donde ambos dieron lo mejor de sí mismos fue en la sonata de Bonis, en las que pudimos disfrutar de la línea cantable, ensoñadora, de la flauta, en el Andante, combinada con una articulación juguetona y saltarina en el Scherzo. La delicadeza más poética sobrevoló sobre el Nocturne de Boulanger.