Un buen libreto lleno de momentos divertidos; una música chispeante y de inspiración incansable; una producción escénica plenamente identificada con los códigos de comicidad y teatralidad de la ópera bufa; una dirección musical vibrante y atenta a las voces; y un reparto cuadrado casi en su integridad. Éstos son los ingredientes que hacen realidad la magia y la seducción de la ópera, los que nos aseguran noches de gozo que nos hacen salir del teatro más felices, aunque sea por un fugaz momento.
Todo esto se ha conjugado en este Don Pasquale con el que la nueva dirección del Teatro de la Maestranza presenta sus armas ante el público sevillano. A la vista del resultado cabría pensar en una nueva etapa marcada por un mayor cuidado en la confección de los repartos y en la selección de las batutas, tema éste del que hemos sufrido en los tres lustros pasados de una dieta demasiado monótona a base de Pedro Halffter. La opción por Corrado Rovaris se ha mostrado como un acierto, pues se trata de un director que imprimió un ritmo incesante a la partitura, con tiempos muy vivos, acentuaciones muy marcadas y de gran eficacia, con gran atención a conseguir un resultado transparente de una Sinfónica que ofreció un sonido de gran calidad en todas sus secciones, pero especialmente empastado en las maderas. El ritmo y el brío no obstaron para Rovaris arropase con cuidado a las voces, respirando con ellas y fundiéndose en un sobresaliente equilibrio de planos sonoros. Especialmente delicado resultó el acompañamiento del duetto Tornami a dir che m’ami, como fulgurante y bien dosificado sonó el finale primo.
La presencia de Carlos Chausson encarnando al protagonista principal de esta ópera nos retrotrae a los mejores momentos de la era pre-Halffter del Maestranza. No parecen haber pasado más de dieciséis años desde aquel otro Don Pasquale de marzo de 2003 a la vista de la frescura de la voz del cantante aragonés. La voz se mantiene con una firmeza que ya la quisieran muchos cantantes jóvenes y se beneficia de una técnica de proyección canónica que la lanza como un cañón por toda la sala y hace que se coma a todas las demás voces de su alrededor. La sabiduría escénica atesorada en sus años de especialización en estos roles bufos es apabullante; se mueve con una soltura que hace plenamente creíble a su personaje, al que sabe vestir de mil y un matices vocales y escénicos. Su fraseo es una lección de estilo y nos sigue asombrando con la facilidad con la que resuelve los rápidos pasajes de canto sillabato.Joan Martín-Royo es un espléndido cantante totalmente desaprovechado por nuestro teatro en los años anteriores. Voz campanuda, rica en armónicos, al servicio de un fraseo que sabe rendir cuentas al canto ligado, como en Bella siccome un angelo. Sara Blanch fue ganando en firmeza y brillo conforme avanzaba la acción, desechando algunas veladuras que emborronaban su brillo en el primer acto y consiguiendo en adelante un sonido penetrante con agudos refulgentes al servicio de una gran soltura escénica. Lástima que no estuviese al mismo nivel Anicio Zorzi, un tenorino de voz minúscula, corto de fiato y bastante plano en lo expresivo.
Divertido en notario de Francisco Escala, como brillante el coro. Dirección escénica divertida e imaginativa que muestra conocer al dedillo la partituta.
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