Cultura

Dorado regreso a la Catedral

Femás'15. La Grande Chapelle: Alena Dantcheva y Margot Oitzinger, sopranos; Beat Duddeck, contratenor, Sean Clayton, Tomas Lajtkep y Diego Blázquez, tenores; Jesús García Aréjula, bajo. Director: Albert Recasens. Programa: Obras de Francisco Guerrero y Alonso Lobo. Lugar: Catedral de Sevilla. Fecha: Sábado 21 de marzo. Aforo: Casi lleno.

Tendría que ser corriente. Que la Catedral de Sevilla propiciara la difusión de la mejor música concebida jamás para sus cultos y en las mejores condiciones posibles. Pero resulta infrecuente. Y se entiende mal. Escuchando un programa como el que ayer presentó La Grande Chapelle, compuesto casi en su integridad por obras de Alonso Lobo, único compositor del Renacimiento que fue maestro de capilla en las dos principales sedes catedralicias españolas, la de Toledo (1594-1604) y la de Sevilla (1604-1617), uno siente como un derroche el que esta música no esté más presente en la vida cotidiana de la ciudad.

El trabajo de Albert Recasens, un catalán que vive en Madrid, en la recuperación del gran patrimonio español de Renacimiento y Barroco es impresionante, y va quedando regularmente reflejado en sus discos. Recasens vino este año al Femás para devolver a Lobo a la catedral sevillana con su Misa Beata Dei genitrix (basada en un motete del que fuera su maestro Francisco Guerrero, que también se interpretó), unas Lamentaciones inéditas, extraídas del propio archivo catedralicio, y un conjunto de motetes en distintas texturas vocales, y lo hizo con rigor, precisión y hondura.

En un programa compuesto casi entero para 6 voces (aunque con algunas piezas a 4 y 5), La Grande Chapelle cantó a voz por parte (salvo el Regina caeli a 4, con las voces de soprano, alto y tenor dobladas), con pronunciación castellana del latín y un estilo que, sin renunciar a la noble gravedad de la música, resultó brillante, por el perfilado especialmente marcado de las voces de soprano (con timbres convenientemente diferenciados). El conjunto supo, en cualquier caso, conjugar un empaste suficiente pero no obsesivo, con la claridad y la individualidad de las voces.

Afinación y fraseo muy cuidados y un tono general reposado, introspectivo, permitieron a Recasens concentrarse en marcar algunos detalles retóricos, como esa dulzura especialmente enfatizada en el incio de O quam suavis o esa gran cadencia seguida de un expresivo silencio del Credo, justo antes del Crucifixus. Muy acertada la opción de ofrecer la antífona Ave Regina caelorum a 5 con el bajo en el centro, lo que reforzó los efectos antifonales de la pieza. Para el final quedó la obra más conocida de Lobo, un momento de especial unción y emotividad con el sobrecogedor Versa est in luctum.

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