Encerrona | Crítica de teatro

Un maestro de la payasada

Una imagen promocional del espectáculo de Pepe Viyuela, 'Encerrona'.

Una imagen promocional del espectáculo de Pepe Viyuela, 'Encerrona'. / D. S.

Tuvimos ocasión de verlo en Sevilla tan solo unos días antes de que nos encerraran, en 2020. Fue en el teatro Lope de Vega con Esperando a Godot de Samuel Beckett. Y estuvo magnífico, porque Pepe Viyuela es un actor sólido que posee una gran versatilidad.

Sin embargo, no puede negarse que lo suyo es la payasada pura y dura. Y de payasadas sin más –y sin menos- está hecho esta Encerrona, la pieza con la que Pepe Viyuela está recorriendo el país y que anoche se presentó en el Teatro La Fundición –en el ámbito del Fest- donde ofrece tres funciones que, como suele suceder con los rostros televisivos, han agotado ya todas las localidades.

Con unas luces fijas, sin escenografía, sin más dramaturgia que la de los números que interpreta y sin referencia alguna a los personajes o a los acontecimientos de la actualidad, Viyuela atrae la mirada del espectador y la mantiene durante una hora y media, haciéndolo sonreír, en muchas ocasiones reír a carcajadas, e incluso cantar una ridícula canción.

Además de un estupendo payaso, como lleva treinta años demostrando por todo el mundo –no olvidemos sus desinteresadas actuaciones en la ONG Payasos sin Fronteras- el actor es un autentico genio de lo que se denomina ‘teatralización de objetos’. Encerrona es, sin duda, un maravilloso ejemplo de ello.

Encerrado en un teatro por alguien que de vez en cuando le da instrucciones y nunca se deja ver, su largo e imaginativo número con la guitarra flamenca –con sus gritos estentóreos a pleno pulmón- es realmente antológico, al igual que el que lo completa con una sencillísima silla plegable.

Más tarde se enfrenta de mil maneras distintas a su vieja y rota chaqueta, un clásico ejecutado en numerosas ocasiones por otros payasos y que él complica y perfecciona hasta extremos inconcebibles.

Y, finalmente, uno de sus clásicos: el número de la escalera de tijera. Este, arriesgado además de imaginativo, le permite exhibir, junto a sus dotes de clown, la espléndida forma física que aún posee a pesar de acercarse ya a los sesenta años.

Todo ello, como se ha dicho, mirando de frente a un público cuya complicidad obtuvo desde el principio como solo los buenos payasos pueden hacer. Él solo con sus payasadas.

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