Ensemble Masques | Crítica

Eros y Tánatos en la corte del rey Carlos

El Ensemble Masques en el Espacio Turina

El Ensemble Masques en el Espacio Turina / Luis Ollero

John Blow compuso Venus y Adonis para la corte londinense de Carlos II seguramente por el carnaval de 1683, y lo hizo siguiendo los códigos cortesanos del tiempo. Por eso llamó masque a su obra aunque se trata indiscutiblemente de una ópera, al estar completamente puesta en música. En ella hay por supuesto trazas del venerable género de la masque (un acierto por eso extender el concierto algo más allá de los aproximadamente 54 minutos que dura la ópera abriéndolo con una suite de Matthew Locke, uno de los grandes maestros en la composición de música para masques), pero también elementos de la ópera italiana y francesa, muy especialmente de las pequeñitas obras que Marc Antoine Charpentier estaba escribiendo en París, donde el rey inglés había pasado gran parte de su exilio. En el fondo puede considerarse Venus y Adonis como uno de los múltiples intentos que se hizo en la segunda mitad del XVII de crear algo así como una ópera genuinamente inglesa, intento fracasado, aunque poco tiempo después Henry Purcell recogiera el testigo de su amigo Blow escribiendo, posiblemente también para la corte, su Dido y Eneas, obra cortada formalmente por este mismo modelo y patrón.

No recuerdo que Venus y Adonis de Blow se haya programado antes en Sevilla, así que también esto hay que ponerlo en el haber del Espacio Turina, que haya podido acercar al público local esta delicia musical en una interpretación extraordinaria de un conjunto francés que lleva el espíritu de la música inglesa del XVII en su mismo nombre: el Ensemble Masques. Además de con tres estupendos cantantes para los papeles solistas, el conjunto vino con otros siete solistas vocales para el resto de papeles menores de la obra y para los coros, cruciales en su despliegue. Todos fueron acompañados por un equipo instrumental a voz por parte: dos violines, dos flautas dulces, viola y bajo continuo a base de violonchelo, clave y tiorba. 

El conjunto sonó equilibrado siempre (pese a algún pequeño desajuste en el Coro de cazadores del acto I). Lucieron los violines y las flautas, lo mismo en las partes más ornamentadas (por ejemplo, en esos arabescos con que acompañan el erótico intercambio de Venus y Adonis a principios del primer acto)  como en las que se limitaban a soportar a las voces con líneas largas, igual en las danzas que en los preludios. Las flautas son por cierto esenciales para entender el fondo de la obra, ya que el instrumento simbolizaba en la Inglaterra del tiempo tanto el sexo como la muerte, los dos extremos argumentales sobre los que bascula esta ópera, breve sólo en duración, pero no en contenido musical ni en intención simbólica (la libretista de Blow, Anne Finch, una mujer del séquito de la esposa del Príncipe de Gales, parece querer aleccionar a las damas de la corte y a los mismos cortesanos sobre sus costumbres amatorias).

Olivier Fortin dirigió con fraseo ágil, pero sinuoso, sin acentos cortantes (supo enfatizarlos cuando convenía: por ejemplo en la música vinculada a los cazadores, que recuerda tanto a la del Actéon de Charpentier). Usó además el continuo como una guía firme, y en este terreno creo que merece ser destacada la violonchelista Mélisande Corriveau, soberbia en los momentos en los que soportó sola el ostinato de la lección de Cupido a los Pequeños Cupidos o inmediatamente después, en la llamada a las Gracias.

La ópera estaba escrita para que la interpretasen actores-cantantes, por lo que no se exigen dificultades extremas a los solistas, aunque sí es fundamental la capacidad para la expresión de los afectos, y en esto el trío presente triunfó en toda regla. Rachel Redmond fue una Venus sensual y elegantísima, Andrew Santini prestó a Adonis una voz oscura, de graves robustos y delicadas matizaciones dinámicas, y Natalie Perez hizo un Cupido de timbre hermosísimo y agilidades límpidas y brillantísimas. Sobrados el resto de cantantes en las poco comprometidas intervenciones solísticas. Empastadas y muy matizadas las partes corales, en especial en ese maravilloso coro fúnebre que cierra la obra y anuncia ya el final justamente mítico del Dido y Eneas de Purcell.

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