Excavación del tesoro chéjoviano

Alfonso Crespo

04 de mayo 2014 - 05:00

Teatro de la Abadía. Texto: José Sanchis Sinisterra. Dirección: Carles Alfaro. Espacio escénico: Carles Alfaro, Vanessa Actif. Iluminación: Carles Alfaro. Vestuario: Ikerne Giménez. Espacio sonoro: Javier Almela. Intérpretes: Julieta Serrano, Mariana Cordero, Mamen García. Lugar: Teatro Central. Fecha: Sábado 3 de mayo. Aforo: Casi lleno.

Una obra exigente en un campo de fuerzas: por un lado la pulsión desmembradora, aniquiladora; por otro el deseo de reactivación, de resurrección de un universo sólido que aún nos interpela (quizás ahora más que nunca). Eso es Éramos tres hermanas, una refutación de Chéjov que sucumbe ante el poder de sus resonancias.

La autopsia a desgarros no la llevan a cabo ménades enfurecidas sino tres jóvenes ancianas que juegan con el texto, lo estiran hasta su umbral de rompimiento, lo deletrean, lo musican, lo extranjerizan. Se trata de una operación de extrañamiento que el propio Sanchis Sinisterra nombra llevando a Chéjov hasta Beckett. La soledad y opresión, el túmulo donde estas hermanas eternas mastican sus ilusiones también recuerda a las adaptaciones de clásicos nórdicos de Fassbinder y a las debacles femeninas de Bergman, con el off convertido en un cartero de fantasmas, a veces sólo una pantalla donde centellea raudo el sueño de cambio, pronto, tras su desaparición, puro alimento de la memoria.

Esta decantación chéjoviana -que nos advierte de su modernidad y, gracias a la infalible prueba del algodón de la virtualidad cómica, de su grandeza- encuentra su particular sutura en la imposibilidad de un derribo último, lo que se traduce en una obra que no deja de denunciarse a sí misma (a veces con demasiada explicitud, único pero posible al montaje de Sinisterra y Alfaro) sin por ello detener el engranaje. Lo impide, claro, el presente de las actrices, la carne y el espíritu, demiurgos conmovedores al carecer de otro poder que el de fascinar a la audiencia.

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