Vivaldi siempre es una fiesta

Gli Incogniti | Crítica

El conjunto Gli Incogniti liderado por Amandine Beyer en el Espacio Turina.
El conjunto Gli Incogniti liderado por Amandine Beyer en el Espacio Turina. / Luis Ollero

La ficha

GLI INCOGNITI

**** Música Antigua. Gli Incogniti: Neven Lesage, oboe solista; Alba Roca y Vadym Makarenko, violines; Marta Páramo, viola; Marco Ceccato, violonchelo; Francesco Romano, tiorba; Baldomero Barciela, violone; Anna Fontana, clave y órgano; Amandine Beyer, violín solista y directora.

Programa: Le monde à l’envers

Antonio Vivaldi (1678-1741): Conciertos RV 114, 544, 344, 543, 278 y 554

Tomaso Albinoni (1671-1751): Concierto para oboe Op.9 nº2

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 10 de febrero. Aforo: Casi lleno.

La vitalidad contagiosa de los ritmos, la variada y encantadora invención melódica, la imaginación en el empleo del timbre, el uso siempre ingenioso del contrapunto y el cromatismo... La música de Vivaldi lleva décadas conquistando a las audiencias de medio mundo por su luminosidad, su pasión, su vigor, su cercanía.

Esta vez el cura pelirrojo llegaba al Espacio Turina de la mano de una de las violinistas barrocas más prestigiosas de nuestros días. Seguramente no tiene el sonido más hermoso ni el más lírico ni siquiera el más homogéneo, pero hay algo en las maneras de Amandine Beyer que cautiva, una forma de articular, de decir la música que parece asentada en la libertad, la espontaneidad y el riesgo. Así en los dos conciertos que tocó como solista hubo momentos para cierto desconcierto por algunas irregularidades de la línea (Allegros inicial y final de RV 344), que uno no sabe si atribuir al descuido o la pura intención de salirse del camino más apolíneo y domesticado, y momentos para el delirio absoluto, como en RV 278, un concierto sencillamente extraordinario del que dejó una interpretación memorable, tanto en sus dramáticos movimientos extremos, que resultaron de una energía efusiva y un pathos abrumador como en el transido Largo central, de una delicadeza infinita, con unas soberbias regulaciones dinámicas. Su conjunto Gli Incogniti, que se presentaba en formación camerística, la empujó también con una fuerza notabilísima desplegada desde el continuo y con lujosos detalles de acompañamiento (el ostinato de la viola de Marta Páramo en el tiempo lento resultó de esclarecedora eficacia expresiva).

El concierto había empezado con uno de esos conciertos para cuerda, sin solistas, en los que Vivaldi dejaba volar su imaginación más contrapuntística y Gli Incogniti le rindió pleitesía con una interpretación relajada, de fraseo lírico, curvilíneo y una chacona que parecía escrita para ser efectivamente bailada. En Il Proteo, un doble concierto para violín y violonchelo muy liviano y de una insinuante belleza melódica, resultó un punto chocante el descarnado, incisivo y agreste timbre de Beyer y la pulcritud y aterciopelada encarnadura del cello de Ceccato. Luego el oboísta Neven Lesage jugó a ornamentar con audacia en el primer movimiento del Op.9 nº2 de Albinoni y dejar unas tersas notas tenidas en su célebre Adagio, en el que también experimentó con sugerentes cambios de color. El concierto se cerró con un concierto triple en el que a violín y oboe se añadió el órgano de Anna Fontana con muy apreciable elegancia, en especial en un movimiento lento en el que los solistas quedaron sostenidos por el pulso flexible de la tiorba.

Vivaldi dejó varios centenares de conciertos, un legado de una increíble vitalidad que los intérpretes barrocos de las últimas décadas mantienen en permanente renovación, como para montar muchas fiestas con ellos todos los años. La que nos trajeron Beyer y su Gli Incogniti ya no se olvida.

stats