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Gregory Porter trae a Sevilla el recuerdo de Nat King Cole

  • El cantante dedica hoy en el Teatro de la Maestranza, con las entradas agotadas, un homenaje al legendario 'crooner', al que considera una suerte de padre que le enseñó a amar la música

Gregory Porter, uno de los grandes vocalistas del jazz actual, presenta en Sevilla su tributo a Nat King Cole.

Gregory Porter, uno de los grandes vocalistas del jazz actual, presenta en Sevilla su tributo a Nat King Cole. / d. s.

Si, como decía Max Aub, uno es de donde ha hecho el bachillerato, Gregory Porter, nacido en Sacramento el año 1971, sería en puridad de Bakersfield (California). Con más razón si reparamos en que fue allí donde se le reveló -siempre por vía materna- un rico legado musical que desde su origen ha hecho equilibrios entre la iglesia y los garitos, entre el púlpito y los angostos escenarios de club: la tradición afroamericana, cuyo espectro va del góspel al jazz y cuya raíz y brújula puede identificarse con algo llamado blues.

Más precisamente, como gran vocalista de corte mainstream, Porter se inscribe en la selecta familia jazzística de los barítonos: como su admirado Joe Williams (voz única y versátil de la orquesta de Count Basie), el pionero Billy Mr. B Eckstine (catalizador del naciente bebop), Johnny Hartman (a quien pueden descubrir en aquel hermoso e insólito John Coltrane and Johnny Hartman, Impulse!, 1963) o Nat King Cole, a quien rinde homenaje explícito en esta gira que celebra su última grabación: Nat King Cole & me (Blue Note, 2017). En su ya quinto disco hasta la fecha grabado en estudio como líder, se codea con el arreglista Vince Mendoza, que dirige una gran orquesta, amplia sección de cuerdas incluida, y en algún que otro tema se limita a una robusta formación como la que nos visita esta noche: Tivon Pennicott (saxo tenor), Chip Crawford (piano), Ondrej Pivec (hammond), Jahmal Nichols (bajo) y Emanuel Harrold (batería). Hay lugar en el disco para la colaboración estelar (en el tema L-O-V-E podemos oír un solo del trompetista Terence Blanchard, quien casualmente visitara esta misma semana el escenario del Lope de Vega) pero, sobre todo, altos vuelos vocales, una voz que acaricia sobre arreglos orquestales al más puro estilo revival.

La trayectoria discográfica de Porter se inició en 2010, con el disco Water, cuya aparición fue desde primera hora celebrada por la crítica. Aunque, como es de suponer, su carrera comienza unos años antes (a finales de los 90 participará en el musical It ain't nothin' but the blues, conducido por Eloise Laws, hija de Hubert Laws, un hito en su carrera), desde muy pronto arropado por Kamau Kenyatta, mentor y promotor. En 2012 se editaría Be good, asimismo, como aquella primera referencia, grabado para el sello discográfico Motema Music. 2013 fue para el californiano un año crucial: el de su ingreso en la selecta nómina de músicos de la histórica Blue Note Records. Con la discográfica fundada por Alfred Lion y Francis Wolff a fines de los años 30 ha lanzado ya tres títulos: Liquid Spirit (2013), merecedor de un Grammy en la categoría de Best Vocal Jazz Album, Take me to the alley (Blue Note, 2016), y el año pasado el citado homenaje a Cole.

Combinando composiciones propias con el repertorio estándar, su estilo no sólo acusa influencias de ámbitos jazzísticos: ¿cómo no sentirlo cerca de la grandísima Mavis Staples, por ejemplo, cuando se arrima al repertorio góspel y R&B, al poderoso cauce de la canción protesta americana que la estirpe de los Staples en gran medida encarna? Ahí está su hit Liquid Spirit para probarlo. Pero la de su acercamiento al Cole crooner es una propuesta netamente clasicista.

Porter y "papá" Cole

La aterciopelada voz de Nat King Cole vino a suplir, según testimonia el propio Porter, la figura borrosa de un padre ausente. El genial músico nacido en Chicago en 1917 desempeñó para él el papel que para una joven y ya maltratada por la vida Billie Holiday jugaron las voces amigas de Bessie Smith y Satchmo (con la diferencia de que ella descubriría sus discos de pizarra en el burdel y Porter en el tocadiscos de su casa materna).

El homenaje que en Nat King Cole & me se sirve, yendo más allá de la mera réplica arqueológica, sí que reconstruye muy fielmente un determinado momento artístico: la segunda y más conocida etapa musical de Nathaniel Coles, que sin embargo había ganado su apodo de Rey años antes, cuando en la década de los 40 revolucionó el paronama jazzístico con su trío de piano, guitarra y contrabajo (acudan a sus grabaciones para el sello Capitol y verán), esto es, haciendo algo muy distinto -y puede que hasta diametralmente opuesto- a aquello otro que lo haría mundialmente célebre y aseguraría el bienestar familiar. Para entendernos: Quizás, quizás, quizás.

La imagen que de Nat King Cole ha trascendido no es, pues completa: a la de crooner más comercial (pero con irresistible encanto, por supuesto) hay que sumar la de genio musical absoluto (en concepto y ejecución), gran heredero del enorme Earl Fatha Hines, y la de arriesgado pionero en otras lides: fue, por ejemplo, el primer negro en comandar y presentar un programa de televisión en EE.UU.

Con todo, si Nat levantara la cabeza, a buen seguro aplaudiría este homenaje de Porter, encandilado por la sección de cuerdas como lo estuvieron otros cantantes y músicos, entre ellos los revolucionarios Sarah Vaughan o Bird, príncipe de bebop, Sinatra o Cole. Más completo se nos antoja aquel otro homenaje: el que recibiera de Oscar Peterson (With respect to Nat, Verve, 1965), por la sencilla razón de que recogía la doble vertiente como vocalista y pianista. Pero la revisión de Porter merece, sin duda, una atenta escucha.

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