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Crítica 'La imagen perdida'

Infancia de barro

La imagen perdida. Documental, Camboya-Francia, 2013, 91 min. Dirección: Rithy Panh. Guión: R. Panh y Christophe Bataille. Fotografía: Prum Mesa. Música: Marc Marder. Ciclo 'Ese otro cine'. Centro de las Artes de Sevilla.

El cine de Rithy Panh lleva ya más de dos décadas interrogándose sobre cómo restituir la memoria del horror y sanarse desde el exilio forzado, un horror vivido en primera persona por él y su familia cuando los jemeres rojos, tras llegar al poder tras una guerra civil en 1975, exterminaron a una gran parte de la población de su país en un siniestro proceso de purga y depuración para instaurar la (falsa) utopía de un estado maoísta sobre los cadáveres de millones de camboyanos.

Atenazado por las limitaciones de la ficción (La gente del arrozal), Panh emprendía pronto el camino del documental (S-21, La máquina de matar roja, Duch, el maestro de las forjas del infierno) como terapia de investigación, justicia y reconstrucción, como arma de restitución de lo irrestituible que, a la manera elíptica de un Lanzmann, ponía en escena la ausencia, el vacío, como principales armas significativas para evitar el olvido.

En La imagen perdida, tal vez su trabajo más accesible, en consecuencia el más visible de todos los suyos, Panh asume ya la primera persona en su relato y, a partir de su dramático periplo de infancia, contado con espeluznante detalle y lucidez en el libro La eliminación (Anagrama), encuentra en unas pequeñas figuras de barro sacadas de los mismos campos de la muerte el material precioso con el que reconstruir y recrear, ayudado de imágenes de archivo recuperadas de aquellos años, la trágica odisea de su familia, una odisea íntima y dolorosa de la que, como en tantos otros casos, no quedaron imágenes algunas.

Pausada y elegíaca, confesional y reflexiva, La imagen perdida consigue el pequeño prodigio de dotar de vida y alma a esas figuras al ser habitadas por la palabra, por un relato sincero que evita el tono de la furia, el rencor o la revancha para trabajar en la hondura del sentido y la emoción, en la literalidad de los fonemas y el diálogo con las imágenes, en la cadencia y la distancia precisas que hacen aflorar la Historia colectiva y la memoria personal en la superficie de un aparente juego de niños.

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