SILENCIO | Crítica de teatro

Los Jack Lemmon y Walter Matthau andaluces

Fernando Moreno y Edu Bulnes en 'Silencio'

Fernando Moreno y Edu Bulnes en 'Silencio' / Rocío Romero

Desde la parábola del hijo pródigo en la que un padre recibe con los brazos abiertos al hijo que pidió su parte de la herencia para dilapidarla en fiestas y ‘vicios’, hemos asistido a muchas situaciones literarias en las que dos hermanos, con caracteres totalmente distintos, se reencuentran para ‘ajustar cuentas’.

Silencio es una pieza teatral de ‘conciliación’ de antagonismos. Tomás y Pablo, los protagonistas de la última producción de la compañía Recursos Humanos, son dos hermanos que se reencuentran tras varios años de separación en una situación extrema.

Tienen personalidades distintas, contrapuestas y, a la vez, complementarias. Tomás (Edu Bulnes) es retraído, tímido, asustadizo, concienzudo y cargado de responsabilidad pero es triste. Pablo (Fernando Moreno) es expansivo, simpático, socarrón, con alma de vividor y muy alegre.

La obra dirigida por Fran Torres nos recuerda a una línea que se puso de moda en el teatro de los años sesenta y setenta del siglo pasado y que ahora forma parte de muchas series de televisión y juegos de PlayStation (con un marcado interés comercial) en el que se reflejaban mundos apocalípticos. Ambos personajes están encerrados en un sótano porque algo no les deja salir a la superficie. Nunca sabremos de qué se trata. Pero no hace mucho hemos sufrido una pandemia que nos ha dejado claro que algo así puede ocurrir en cualquier momento.

La obra comienza con una figura fantasmagórica (una especie de Golem) que se levanta de la cama recorriendo el espacio. Acabamos descubriendo que es Pablo, okupa en casa de su hermano Tomás.

La escenografía creada por Eduardo Bulnes nos muestra un espacio que acumula todo lo necesario para ser un búnker: estanterías repletas de latas de comida, un retrete, una cama, una bomba de agua, un video VHS (muy retro) y una televisión. La convivencia de los dos hermanos, antagónicos y complementarios está llena de silencios, de explicaciones no dadas. La obra escrita por Fernando Moreno y ultimada con Bulnes y José Ugía desemboca en un existencialismo puro en el que el devenir de estos personajes lucha por sobrevivir dentro de sus mutuas soledades.

La exagerada química que generan Edu Bulnes y Fernando Moreno hace que nos recuerden a los inolvidables Jack Lemmon y Walter Matthau de La extraña pareja. Y el momento mágico llega cuando ambos hermanos cantan, en un improvisado Karaoke, la canción El jardín prohibido de Sandro Giacobbe provocando un momento catártico que emocionó al público.

Silencio es un paso decisivo en esta compañía que se adentra en terrenos que abarcan una mayor profundidad. Estrenaron anoche, el público los premió con aplausos en pie. Ahora deben decidir si su paso de la comedia al drama se debe culminar.

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