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Javier Ojeda | crítica

Tan místico como terrenal

Javier Ojeda

Javier Ojeda / Luis Rivera

Ayer se cerró el ciclo de Noches Icónicas en Meliá Sevilla con el concierto de Javier Ojeda que, a pesar de ser el de mayor duración de todos los que han ofrecido los artistas anteriores a él, no se hizo largo en ningún momento y el cantante ofreció un repertorio muy variado, abarcando canciones de sus discos en solitario y de los de Danza Invisible, interpretadas de una forma versátil, con registros vocales muy diferentes y ajustados al estilo que correspondía en cada caso.

También ocuparon un lugar de honor en el concierto los dos músicos que le acompañaban, Agustín Sánchez, guitarrista habitual de Antílopez, y Daniel Lozano, teclista de Efecto Mariposa. Ellos dos fueron los que pusieron la máquina en marcha con la introducción instrumental de Sin ti, la primera de las canciones de Ojeda. Luego tuvieron más momentos de lucimiento, como en el final de No habrá fiestas para mañana, cuando Ojeda se retiró discretamente del escenario y se quedaron ellos dos solos en un magnífico outro, o cuando se enfrentaron a un par de perfectos solos con sus instrumentos cada uno de ellos.

Era esta la primera vez en toda su carrera, que abarca ya 41 años, en la que Ojeda se presentaba en Sevilla en formato acústico y quería dejar buen recuerdo de ello. Lo consiguió desde el inicio, añadiendo contexto a sus canciones, metiéndose entre el público durante sus interpretaciones, dando toques de humor y de intensidad emocional en muchos momentos; en suma, equilibrando la jondura y la gamberrada, como él mismo definió su actitud en el inicio de El vino se acabó. Con la que comenzó, Sin ti, es una canción de Polo Sur, el primer disco que Ojeda editó a su nombre, y continuó con otra de un EP también propio, que grabó durante la pandemia para intentar quitarse el muermo que el encierro le producía; se trataba de Mambo italiano, que a pesar de parecer una canción de esa nacionalidad fue en realidad un éxito de la gran estrella americana Rosemary Clooney. La versión de Ojeda resultó muy sui generis… ¿eso de cantar en italiano metiendo frases estrafalarias como enchilada con la pizza bacalada, no les recuerda a un icono musical sevillano?

Javier Ojeda Javier Ojeda

Javier Ojeda / Luis Rivera

El primer éxito que interpretó fue No quiero bailar, anoche con unos sutiles toques de soul que le quedaban muy bien. Más enrockecida estuvo la canción siguiente, la primera que nos recordó de la banda malagueña Danza Invisible, No habrá fiestas para mañana. Anoche Ojeda dejó claro que, además de la música, otra de sus pasiones es el vino, y nos contó que en All that wine is gone fue la primera vez que se mencionaba un vino español, el sherry, por lo que él tituló uno de sus discos como Días de vino y cosas en referencia a la película Days of Wine and Roses, y la tradujo como El vino se acabó, muy animada, a mitad de camino entre un blues y un proto rock and roll. Una demostración de que Ojeda no solo escribe letras irónicas, sino que es capaz de escribir también con solvencia versos vehementes -mis labios solo existen si te nombran, mi luz es el reflejo de tu sombra, ya sé que te he perdido y sigo buscándote- fue Pero ahora… una canción antigua que había dejado de cantar durante muchos años y que ahora ha retomado, creo que con gran acierto, porque aquí la interpretó de manera desgarrada, convirtiendo ese momento en uno de los mejores de la noche.

La melancolía se hizo alegre en la siguiente, Diez razones para vivir, de la que Ojeda afirmó que tenía mucho que ver con su propia personalidad y se volcó en ella. De Danza Invisible era también la siguiente, El brillo de una canción, para la que Lozano cambió su teclado por una guitarra acústica, que propició el momento más hilarante de la noche al decir Ojeda que era del mismo disco que su celebérrima Sabor de amor, pero que esta no la cantaría -solo si es estrictamente necesario, dijo-, provocando un cruce de gritos entre los partidarios de que la cantase y los de que no lo hiciera, entre los que me contaba yo mismo. En la introducción de Agua sin sueño nos contó que, tras su trío de canciones de oro: Sin aliento, Sabor de amor y Al otro lado de la carretera, era esa, extrañamente, la canción más escuchada de todas las que tenían, aclarándonos que era así porque en México era un éxito absoluto, algo que confirmó un mejicano que había en la sala, a quien, obviamente, Ojeda se la dedicó. Agua sin sueño fue pura carne y sangre; tuvo un ritmo fuerte y flexible, animado por las vibraciones instrumentales.

Salón del Meliá Sevilla con Ojeda y sus dos músicos de acompañamiento Salón del Meliá Sevilla con Ojeda y sus dos músicos de acompañamiento

Salón del Meliá Sevilla con Ojeda y sus dos músicos de acompañamiento / Luis Rivera

Durante las interpretaciones de Idea y Un trabajo muy duro se produjo uno de los momentos más surrealistas que recuerdo haber presenciado en un concierto. Presentando la primera, Ojeda dijo que era la adaptación musical de un poema de José María Hinojosa, poeta malagueño de buena cuna que se interesó por las ideas izquierdistas y las abandonó tras visitar Moscú, aunque fuese ejecutado más tarde, desgraciadamente, por los suyos, pensando que era del otro lado. Cuando la terminó, transparente, incorpórea, y presentaba la segunda, fue interrumpido por uno de los espectadores para, en un cruce de afirmaciones de uno y otro lado, decirle que revisase sus fuentes, porque a Hinojosa lo ejecutaron los rojos en una de sus sacas. Menos mal que los momentos agrios terminaron con buen sabor, el Sabor de amor -se ve que los detractores habíamos gritado menos antes- aunque realmente Ojeda se había tomado la licencia de cambiarla un poco y los músicos la acompañaron con una instrumentación muy dulce, como nunca antes la habíamos escuchado. El final del set, con Lozano de nuevo a la guitarra, llegó con El ángel caído, una canción demasiado intensa para cerrar un concierto; el extraño vuelo, truncado en caída, de la palabra jamás, repetida en medio de dos guitarras por una voz apagada por la tristeza. Los bises que concedió pusieron una nota más amable; el primero fue El fin del verano, uno de los éxitos de Danza Invisible, y el segundo fue la última canción que Ojeda ha grabado para incluirla en su disco de Más de 2.000 noches, publicado recientemente. Se trata de Por amor viviremos, una versión castellanizada de Love Will Keep Us Together, original de Neil Sedaka, pero convertida en hit mundial en los 70 por Captain & Tenille.

Javier Ojeda podría ser como muchos cantantes pop de los 80, que han sido consagrados durante varias décadas en las radio-fórmulas y crean en persona una especie de infierno rígidamente nostálgico. En cambio, anoche se mostró en unos estados de forma, voz y actitud que hacen brillante la dinámica de sus conciertos actuales. Sus canciones más conocidas quizás no son terreno para grandes improvisaciones vocales, aunque Ojeda jugó con ellas, resolviéndolas muy bien, probándolos para ver qué tipo de repeticiones, agrupaciones de frases y estiramientos de vocales podían soportar. Combinó lo trascendente y lo mundano, asumiendo que él mismo es la esencia de la contradicción, tan místico como terrenal.

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