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Cultura

Jordá: "James Salter no pertenece al medio cultural americano"

  • El novelista y poeta ha traducido 'Todo lo que hay', la nueva novela del autor de culto estadounidense

El autor de culto norteamericano James Salter, que acaba de publicar en España su última novela, Todo lo que hay (Salamandra), tras 30 años de silencio, es un escritor que, según su traductor, Eduardo Jordá, "no pertenece al medio intelectual y cultural americano". "Antes de empezar a escribir en serio, fue piloto de guerra, vendedor de piscinas, agente inmobiliario, documentalista de temas deportivos, guionista de cine y no sé cuántas cosas más, y ha vivido alejado de los cenáculos intelectuales; y hasta hace unos diez años era un escritor muy poco leído", dice el novelista y poeta mallorquín, columnista de este periódico.

El traductor, que conoció personalmente al autor en Sevilla -donde Jordá reside desde hace años-, asegura que su obra maestra es Años luz y que en Todo lo que hay Salter "quería otra cosa, rememorar, volver a sentir, recuperar el tiempo perdido, las mujeres amadas, los paisajes vividos". La novela, añade, "está escrita deliberadamente en un estilo poco salteriano, mucho menos lírico, menos tenso, menos condensado, o si se me permite la palabra, menos vibrátil; Salter estaba muy cansado de los elogios a su viejo estilo lacónico, y por eso se propuso que esta novela fuera más distendida, incluso más deslavazada". Sobre el argumento de la obra, Jordá señala que "la visión que da en la novela del mundo editorial es casi arqueológica, porque Salter habla de un mundo tan desaparecido como la civilización sumeria".

A la pregunta de si Salter es un maestro, Jordá prefiere contestar con una anécdota: "Hace siete u ocho años, cuando ya tenía 80 años, Salter recibió una llamada de un general de la Fuerza Aérea de Estados Unidos; el general había leído su primer libro, Los cazadores -basado en sus experiencias como piloto de caza en la guerra de Corea-, y le había gustado tanto que se lo había recomendado a todos sus alumnos. El general quiso ofrecerle un homenaje, invitarle a pilotar un caza actual, un F-16 en vez de los viejos F-86, quien aceptó la invitación, fue a la base y ahí estaban todos los cadetes formados en el patio, esperándolo; el general presentó a Salter a los cadetes y luego le entregó un equipo de vuelo y lo llevó hasta el avión, donde estaba un teniente coronel que iba a volar con él. Cuando despegaron, el teniente coronel le preguntó si quería pilotarlo, y Salter no había tocado un avión en 40 años, pero logró dominar los mandos y hacer unas cuantas piruetas en el aire... En este sentido, sin duda, Salter es un maestro".

Jordá recuerda que cuando en octubre de 2007 conoció a Salter en Sevilla, éste "llevaba los poemas de Lorca, que acababa de comprar en español, que no entiende, sólo por el placer de tenerlos, ya que adora la poesía de Lorca". Aquella noche fueron a un tablao flamenco -escena que sale en la novela- y Jordá evoca: "Cuando terminó la actuación y se encendieron las luces, vi que Salter tenía lágrimas en los ojos, estaba literalmente conmocionado por lo que había visto". "Luego fue a Granada, donde quería ver la Huerta de San Vicente, pero por desgracia estaba cerrada porque era el puente de Todos los Santos".

Después de aquello Jordá trabó amistad con Salter: "Hace poco estuve en su casa, en Bridgehampton, en Long Island; me llevó a la playa en su viejo Mercedes azul; en verano va a nadar todos los días a esa playa, lo cual me fue muy bien para la traducción porque esa playa sale a menudo en la novela".

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