ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA

Tormenta e ímpetu de la Barroca

Enrico Onofri transmite su energía a la OBS.

Enrico Onofri transmite su energía a la OBS. / Luis Ollero

Que a la Orquesta Barroca de Sevilla se le ha dado siempre muy bien la música del Clasicismo es algo sabido por quienes la seguimos desde sus orígenes. Pero es una nota de identidad que se ha renovado con fuerza desde que Enrico Onofri es el principal director invitado. Y es que Onofri, además de un maestro absoluto del violín barroco, referencia internacional en el repertorio del siglo XVII, se ha erigido en los últimos años en un director especializado en el repertorio clásico muy demandado por orquestas internacionales. Una de las razones: haber sabido aplicarle al Clasicismo la misma atención a la articulación, el fraseo y la acentuación que al Barroco, con el resultado de interpretaciones fulgurantes, brillantes y llenas de nuevos detalles.

Y a las pruebas de este concierto me remito. Con un esplendoroso lleno absoluto y con una formación bien nutrida de intérpretes, la OBS ha ofrecido el que seguramente sea su mejor concierto de la temporada que acaba de terminar, con un programa, por añadidura, de gran coherencia afectiva que se centraba en esa faceta Sturm und Drang que sirve de charnela entre el Clasicismo y el Romanticismo.

La obertura Olympie de Kraus se abrió con un sonido orquestal de un seductor color oscuro, trágico, que anunciaba la descarga de energía dramática de la segunda sección. La compacidad del sonido de las cuerdas, su maestría a la hora de modelar el sonido y su capacidad para transmitir con inmediatez las indicaciones de Onofri sirvieron para que en la subsiguiente sinfonía estallase de nuevo ese fraseo rico en sforzandi y de matizaciones dinámicas, a veces sutiles (Larghetto), a veces violentas, cargadas de tensión (Allegro). Pero Onofri siempre sabe, en medio de estas tormentas sonoras, establecer un tejido transparente que pone en plano de igualdad a todas las voces, sobre todo las intermedias de segundos violines y violas, cuyas frases (sobre todo las de las violas) eran fácilmente identificables.

Tras la saltarina obertura de Lo Speziale, de colores ligeros y luminosos, la sinfonía Fúnebre de Haydn (en la versión conservada en la catedral de Sevilla) trajo de nuevo la descarga electrizante y los latigazos sonoros con los que Onofri y la OBS desvelaron ese lado oscuro, trágico y tenso del aparentemente feliz Clasicismo.

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