MANDELRING QUARTETT | CRÍTICA

Pasiones a cuatro bandas

El Mandelring Quartett abriendo por todo lo alto el año en el Espacio Turina.

El Mandelring Quartett abriendo por todo lo alto el año en el Espacio Turina. / Federico Mantecón

Repasar la programación del Espacio Turina de aquí a fin de junio da auténtico vértigo, tal es la densidad y la calidad de los conciertos que nos esperan. Y para muestra y como impresionante inicio de año, uno de los cuartetos señeros en la actualidad con un programa de los que hacen afición por la música de cámara. Un Cuarteto Mandelring que ha alcanzado un maravilloso nivel de excelencia a base de una perfecta conjunción y de sonar como un organismo armónico que se mueve con los mismos impulsos. Cada uno de sus integrantes es un soberbio solistas, pero cuando tocan juntos se nota una misma respiración y un mismo pulso, una misma idea del sonido, de la articulación y del fraseo. Y una misma pasión a la hora de insuflarle fuerza emotiva a sus interpretaciones.

Que abordan cada pieza desde su propia individualidad y contexto quedó claro en el sexto de los cuartetos de Beethoven, aún atado a sus modelos (Mozart, Haydn), pero insuflado de un espíritu indómito. A la articulación saltarina y llena de contrastes dinámicos, con vibrato controlado, de los tres primeros tiempos (sensacional juego con las síncopas en el Scherzo) le sucedió el sonido más oscuro y recogido de La Malinconia.

Su versión de la obra de Janácek fue simplemente apabullante. El color se tiñó de densas tonalidades oscuras y los ataques de Adagio con moto hacían saltar chispas, buscando a propósito sonoridades ásperas y rugosas. En materia de colores realizaron alardes técnicos como el de las gradaciones de intensidad en los pasajes en armónicos que arropaban la periódica emergencia del tema obsesivo, el mismo que marcaba en el violín segundo y la viola un abrupto contraste en el tercer tiempo con el lirismo expresivo del primer violín y del violonchelo. Y con una explosión de dramatismo y de energía sonora en último tiempo. Sensacional, sin más.

Volver, pues, a la luz con Mendelssohn fue como un retorno a la alegría y a la vida. Y eso que la obra destila pasión por todos sus poros, pero una pasión más civilizada que en manos del Mandelring sonó con el brillo que demanda la escritura expansiva del primer violín, aquí siempre con la voz cantante de la mano de un impecable Sebastian Schmidt. Bellísimo el sonido del arranque apasionado del Molto allegro vivace, seguido de un melancólico Menuetto fraseado con un sugerente balanceo. Entendieron a la perfección la indicación del tercer tiempo, que a pesar de ser un Andante lleva la anotación ma con moto, es decir, marcando un tempo vivo y punteado, nada moroso y traducido con sonidos muy sutiles, que se trocaron en exultante felicidad en el último movimiento.

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