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Feria del Libro de Sevilla

Mendoza expresa su gratitud por "la felicidad sin límites" de los libros

  • El autor barcelonés resalta "todo el placer" que le ha proporcionado su contacto con la literatura · El escritor se traslada en su pregón desde los tiempos del mercado negro a los soportes del futuro

En un viaje a Venecia, el barcelonés Eduardo Mendoza descubrió en la Iglesia de San Giorgio Maggiore "un fresco o un retablo" que representaba a San Juan el Limosnero. Aunque el escritor no retuvo al autor de la obra, sí hubo en aquella estampa algún motivo que le fascinó. Al regreso de aquel desplazamiento, acudió "a una de las bibliotecas más especializadas en temas de santos, la mía" y así supo de la transformación de un hombre que "antes de ser santo y limosnero" se comportaba como un "tacaño" que se resistía a compartir trozos de pan con los mendigos, pero cambió su actitud tras un sueño en el que comprendía que su redención dependía de la caridad. El autor de La verdad sobre el caso Savolta reconoció ayer, en el pregón que inauguraba la Feria del Libro, sentirse igual de cicatero que aquel santo porque, admitió, "no he devuelto a los libros todo el placer y el enriquecimiento que me han dado".

Para saldar esta deuda de gratitud, Mendoza visitaba Sevilla con el propósito de "hablar bien de los libros, pero no exactamente de la lectura". El novelista precisó que "nuestro imaginario, nuestras emociones, están formados por la lectura. No hace falta ni siquiera leer para entender algunas cosas, basta que otros lo hayan hecho. No es necesario haber leído a Kafka para saber qué es algo kafkiano, no es necesario haber leído El Quijote para saber que algo es quijotesco". Pero, si el ejercicio de la lectura, propio o ajeno, nos proporciona la cultura, el libro es un vehículo de placer, una experiencia próxima a lo sagrado. El escritor, cuya última propuesta ha sido Tres vidas de santos, recuerda entre otros capítulos memorables de su bibliofilia esa etapa "maravillosa" del mercado negro, en el que adquirió ejemplares de contrabando del Ulises de Joyce, de Contrapunto, de Aldous Huxley, también "dos o tres novelas" de Moravia. El autor rememora igualmente el ritual de "llegar a casa y cortar las hojas pegadas de los libros con un cuchillo", un hábito que le producía, dice, "una felicidad sin límites".

Un libro es algo tan personal que, apunta Mendoza, uno no reserva a una empresa de transportistas el embalaje de los volúmenes, es el propietario el que los guarda con cuidado. Ahí surge una duda. A la hora de colocarlos en la estantería, en su nuevo destino, ¿cómo se clasifican esas obras? ¿Se colocan las novelas en un lado y los otros géneros en otro? "¿Y qué pasa cuando un mismo autor ha escrito novela y poesía, por ejemplo?", se pregunta el narrador, sensibilizado ante la terrible perspectiva de "separar a los hijos de cada escritor".

Mendoza enumera también otros deleites vinculados a la literatura. Por ejemplo, "hacer una lista de libros que leeré", aunque "nunca se pase del primer título", o seleccionar una ficción para un viaje. Un consejo al respecto: "Hay que llevar dos", para tener una alternativa "si empieza el trayecto y te das cuenta de que lo que llevabas no te gusta".

A los libros "los queremos tanto que cunde el miedo de que desaparezcan". Pero Mendoza no suscribe una visión pesimista del futuro. El futuro se trata de una forma "exagerada y poco realista. Si el libro electrónico nos conquista no pasará nada, seguiremos leyendo. Hubo mucha resistencia a los ordenadores y a nadie se le ocurre ya escribir a máquina".

El autor de Una comedia ligera pensaba llamar a su ponencia Encuesta personal sobre la lectura, una falsificación, "un título muy raro que ni yo mismo entiendo", pero desistió de ahondar en esa dirección. La falsificación, en todo caso, se refería a la tergiversación con que cada uno describe la subjetiva experiencia de la lectura, la ambivalencia de otorgarle credibilidad a algo inventado. Mendoza recurre a un poema "maravilloso" de Baudelaire, que sitúa a un hombre recorriendo un bosque de símbolos, "y estos símbolos lo miran con cariño. Me gusta pensar que nosotros paseamos entre libros, y que los libros nos miran con cariño".

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