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Michal Bialk | Crítica

Un pianista con muchas prisas

Michal Bialk en el Espacio Turina

Michal Bialk en el Espacio Turina / P.J.V.

Henchido de épica y heroísmo, acaso porque ofrecía un programa estrechamente atado a la patria polaca, tan maltratada y humillada durante el siglo XIX. Así se presentó Michal Bialk en el Espacio Turina, sin dar resuello a los espectadores, enlazando una pieza detrás de otra, casi sin dejar opción al aplauso, sin dar respiro a la música.

Dejó claro que tiene dedos ágiles y muñecas poderosas, pues su técnica sobre el teclado descansa sobre todo en el gesto del antebrazo, del que consigue una fuerza extraordinaria, no siempre igual de controlada, lo que se tradujo en roces poco relevantes al lado de la principal nota de su actuación: las prisas. Empezó corriendo el Minueto de Paderewski, que tocó con gran brillantez, y acabó aún más rápido la Polonesa Heroica de Chopin, llevada a un ritmo casi de guerra relámpago y con una sonoridad recia, enérgica.

Su pianismo pudo resultar espectacular en el sentido atlético, pero le faltó sutileza. Las dinámicas subían con facilidad por encima del mezzoforte, pero por debajo apenas hubo progresiones ni en los momentos más intimistas de Chopin. Hace mucho que desapareció esa concepción antigua del Chopin frágil hasta casi lo enfermizo, pero Bialk giró esa imagen 180º para ofrecer un Chopin rocoso hasta en los Nocturnos: las partes más dramáticas del Op.48 nº1 fueron pura exhibición pirotécnica, falta de claridad; el pasaje intermedio del Op.48 nº2 sonó excesivamente seco, sin apenas matices agógicos. Su Chopin pareció eludir incluso la nostalgia (esa que sí recorrió las ensoñaciones de Zelenski y Noskwowski) y en la Balada se hizo tan severo que casi se olvidó del canto, fundamento de su arte.

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