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MURILLO, RUIZ & CASAL | CRÍTICA

Se hace camino al tocar

El becario y los maestros.

El becario y los maestros. / Lolo Vasco

Hay que alabar sin restricciones la política del director del Femàs de otorgarle espacio en la programación a los valores emergentes de la Música Antigua en Sevilla por medio de los becarios que anualmente selecciona la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla. Y no sólo por nosotros, el público, que podemos valorar el nivel de calidad interpretativa de los becarios, sino sobre todo por ellos mismos, que pueden medirse con acreditados profesionales en igualdad de condiciones artísticas.

En esta ocasión fue el turno de Mateo Murillo, que tiene ya a sus espaldas un más que sólido recorrido formativo en los mejores centros especializados de Europa. Acredita buenas maneras con su violonchelo, aunque es evidente que aún tiene camino que recorrer para alcanzar un nivel de auténtico especialista.

El sonido punzante, un punto metálico e incluso agresivo que le saca a su violonchelo fue poco a poco calmándose y limando asperezas conforme avanzaba el programa, para culminar con la sonata RV 42 de Vivaldi, mucho más matizada y tamizada a la vez. Tenía que hacer valer su sonido frente al de Mercedes Ruiz que, a pesar de todo el cuidado que puso para estar en segundo plano, no podía evitar que el oido se nos fuera tras su sonido redondo y cálido. El inicio mano a mano de la sonata de Barrière fue una auténtica delicia. Murillo tiene que ir aprendiendo a soltar más la mano derecha para alcanzar un fraseo más fluido y menos entrecortado, como se evidenció en una suite nº 3 de Bach bastante impersonal, sin repeticiones, sin ornamentación y con deslices de afinación demasiado frecuentes, posiblemente debidos a una incorrecta elección de la digitación. A ese fraseo demasiado cuadrado le vendría bien un conocimiento apropiado del estilo inégale francés que aboga por otorgarle más peso a determinadas notas que tienen un papel más relevante en la definición de cada frase, a pesar de que tengan el mismo valor que las demás sobre el papel. Así podría acentuar de una manera más expresiva y variada, jugando también con unas dinámicas que ofrecieron poca variedad a lo largo del concierto. Pero hubo también, y en abundancia, momentos muy conseguidos, como la delicadeza del Affettuoso de la sonata de Geminiani; la energía en los ataques en el Allegro subsiguiente; el bello diálogo con Mercedes Ruiz en el Preludio de la sonata de Vivaldi; o la agilidad y la fuerza de su fraseo en la Gigue final. Alejandro Casal volvió a demostrar el gran continuista que es.

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