Música, sentido y sensibilidad
El pasado día 7 fallecía Richard Robbins, compositor asociado durante décadas a James Ivory, una de las voces más elegantes de la música cinematográfica actual
El pasado 7 de noviembre fallecía en Nueva York el compositor Richard Robbins (1940-2012), si acaso el único que nos ha acompañado y al que hemos sido fieles de manera incondicional desde el primer encuentro, allá a mediados de los años 80, por más que muchas de las películas para las que trabajara, casi todas producidas por Ismail Merchant y dirigidas por James Ivory, fueran dejando de interesarnos paulatinamente.
Como sus ritornellos y sus hermosos valses circulares, como sus cascadas tímbricas, sus progresiones armónicas y sus arabescos, a la música de Robbins se vuelve siempre con ánimo renovado, sin temor a que una nueva escucha desgaste aquel deslumbramiento primero que nos causaron Una habitación con vistas, Maurice, premio en el Festival de Venecia de 1987, Regreso a Howard's End, la primera de sus dos candidaturas al Oscar, o, muy especialmente, Lo que queda del día, su mejor trabajo, al que regresamos una y otra vez para reconciliarnos con la desgastada música de cine.
Porque la música de Robbins se mueve con sutileza entre la emoción y la razón, entre el cálculo y las suavidades impresionistas (Ravel, Debussy, Satie, Fauré) que, contra todo pronóstico, y fuera de todo cliché asociativo (a Robbins le gustaba decir que su reto era "comentar la acción, ocurriera cuando o donde ocurriera, con una voz contemporánea"), acompañó a tantos costume drama de época, origen literario anglosajón (Forster, James, Ishiguro) y ambientación victoriana.
Como escribimos Fernando Infante y un servidor hace unos años, "Robbins representa, dentro de la música de cine, la tradición de la música matemática desde Pitágoras, Platón, Leibniz y Rameau, en su trato predominante de lo armónico sobre lo melódico que regenera la idea que situaba el condicionamiento de lo afectivo más en la armonía que en la melodía. Este carácter matemático nada tiene que ver sin embargo con la música predecible (determinista) de la Europa de los 60/70, en la que la cualidad mecanicista no estaba realmente en la armonía sino en la melodía desplegable. Robbins aborda este aspecto a partir de formas circulares y de escalas ascendentes: de esta forma ha representado musicalmente algo tan característico del universo de Ivory como el acaecer cotidiano e intrascendente de la burguesía".
Valgan como ejemplo de este maridaje las dos largas piezas de apertura y clausura del score de Lo que queda del día, un continuum musical para suturar sendas secuencias de montaje acompasado por el ritmo de bases electrónicas programadas sobre las que trabajan arpegios en contrapunto y una melodía trazada por las cuerdas y una flauta en vuelo libre, gestos de entrada y salida de un drama romántico con trasfondo histórico atravesado por una emoción lírica que le debe buena parte de su intensidad a la partitura de Robbins.
Nacido el 4 de diciembre de 1940 en South Weymouth, Massachussets, Robbins se formó en el New England Conservatory de Boston y en el Mannes College de Nueva York, donde entra en contacto con la novelista y guionista Ruth Pawer Jhabvala, que será quien le presente a Ivory y Merchant. En 1976 dirige el documental Sweet Sounds, y en 1979 compone su primera banda sonora, The Europeans, en la que acude a Foster y Clara Schumann como referencias musicales.
Y es que Robbins también ha sido siempre un compositor permeable a los contextos, géneros y tradiciones musicales de las historias para las que trabajó, un magnífico citador e integrador de los clásicos (Beethoven, Puccini, Tchaikovski, Wagner, Schubert, Verdi, Grainger), el jazz, la música ligera (Quartet) o la propia música de cine (resulta evidente su filiación con los compositores de la nouvelle vague como Georges Delerue en The Proprietor, Place Vendôme, A soldier's daughter never cries o Le divorce), un gran investigador en formas y lenguajes musicales no occidentales, como lo demuestran sus trabajos sobre las ragas, la tímbrica o los polirritmos de la música hindú en Oriente y Occidente, Cotton Mary, The Mystic Masseur o en su propio documental sobre los músicos callejeros de Bombay (1994), sus incursiones en la música de raíz del profundo sur norteamericano en The ballad of the sad café, en el folclore popular español en Surviving Picasso o en la música tradicional china en La condesa rusa, su último trabajo.
Con casi todas las bandas sonoras para el cine de Ivory-Merchant editadas en CD, Robbins tan sólo deja una única grabación de una pieza no compuesta para el cine: Via Crucis, su música para una videoinstalación sobre las Estaciones de la Cruz de Cristo creada por Michael Schell en la que se inscriben una vez más los patrones minimalistas con la investigación en ritmos, timbres y modos de la música del Oriente Medio.
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