Emilia Pérez | Crítica
Cantando bajo la 'balacera'
Noelia Rodiles | Pianista
THE BUTTERFLY EFFECT
Robert Schumann (1810-1856): Papillons Op.2 (1831)Jesús Rueda (1961): Sonata para piano nº5 The Butterfly EffectFelix Mendelssohn (1809-1847): Lieder ohne Worte Op.30 (1833-34)David del Puerto (1964): Seis Caprichos sin títuloFranz Schubert (1797-1828): Adagio en sol mayor D178 (1815)
Joan Magrané (1988): Dues peces per a piano
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Noelia Rodiles, piano
Eudora
En su primer disco como solista, que publicó el sello Solfa Recordings, Noelia Rodiles puso juntos a Ligeti y Schubert. Ahora, con este Efecto Mariposa, que se presentó oficialmente el pasado 6 de marzo, da un paso más allá en la misma línea.
–¿Qué es The Butterfly Effect?
–Es un proyecto con el que llevo mucho tiempo, ya que conlleva encargos. La idea fue coger tres obras románticas, que son piezas que he tocado bastante, y encargar a tres compositores españoles que se inspiraran en ellas para que cada una de ellos compusiera una obra. Quería ponerlos en diálogo. En la línea del primer disco, mostrar que la música que se hace ahora puede convivir perfectamente con la del pasado. Me gusta hacer ese tipo de combinaciones. El repertorio clásico está muy bien. Es maravilloso, y por eso ha perdurado en el tiempo. Pero como intérprete enseñar algo nuevo, descubrir al público algo diferente también es interesante. Es la misma idea del primer disco pero llevado más al extremo.
–¿Y cómo escogió a los compositores a los que encargar las obras?
–Eran compositores a los que conocía ya. Y de hecho, la idea surgió por un encargo que me hicieron de la Fundación Juan March para tocar obras de Jesús Rueda. Me encantaron. Me pareció música muy buena. Luego conocí personalmente a Jesús. Parece que a él le gustó también mi forma de acercarme a su música. Hubo muy buen entendimiento desde el principio, y me escribió su Sonata nº5, que es la que da título al disco. A David del Puerto lo conozco desde hace mucho. Y Joan Magrané pertenece a otra generación, es un chico muy joven de Barcelona, me gusta mucho lo que está haciendo. Se inspira mucho en la música anterior, tiene una cercanía muy personal con Schubert. Creo que si algo tienen en común es que los tres, desarrollando un lenguaje personal, no dejan de mirar al pasado y muestran una gran preocupación por ser comunicativos.
–¿Cómo hizo el reparto de obras entre los tres?
–Les ofrecí las tres a los tres. Y no hubo ningún problema. Cada uno escogió la que yo pensaba que iba a escoger: Rueda a Schumann [Papillons Op.2], Del Puerto a Mendelssohn [Canciones sin palabras Op.30] y Magrané a Schubert [Adagio D178]
–¿Piensa que no se trabaja lo suficiente en la mezcla de lo clásico con lo contemporáneo?
–Hay un poco de miedo por todas las partes. Los intérpretes piensan a veces que el público va a tener miedo de enfrentarse a las obras más nuevas o que el programador no va a querer este tipo de programas. Pero lo cierto es que toqué bastante el programa de este disco antes de grabarlo y el público no solo acogía bien las obras nuevas, sino que eran aquellas con las que la gente se quedaba y te hablaba después. Y creo que eso es una señal de que los músicos también tenemos que trabajar por ahí. A veces lo descuidamos por un miedo que no está justificado. Los intérpretes tenemos que hacer de filtro de la creación actual. De toda la música que se hace habrá, por supuesto, alguna que entre mejor al público y otra que cueste un poco más. Como le decía antes, yo intenté contar con compositores que tienen capacidad de conectar con el público, que han sabido romper esa barrera que a veces hay con la contemporánea. Su música es muy cercana.
–Pero, ¿sigue habiendo reticencias entre los programadores?
–Cada vez menos. Cada vez hay más valentía. Y ahí también el intérprete tiene que ganarse la confianza. En un primer momento todavía hay algunos que tienen dudas de que algunas cosas funcionen en sus ciclos. Pero si consigues que funcionen confían más en ti para nuevos programas. Y hay muchos programadores que también se atreven cada vez más a introducir música nueva para destacarse, para tener un punto de originalidad en sus programaciones.
–Me ha sorprendido su elección de Schubert. Con todo el Schubert que hay para piano, una pieza casi desconocida de un Schubert juvenil.
–Reconozco que este Adagio lo hallé un poco de casualidad. Yo no lo había escuchado. Lo encontré en una tienda de Viena y lo compré. Es una obra menor, corta, posiblemente el boceto de un segundo movimiento de una sonata. Es ejemplo de esas piezas que están en catálogo, pero si nadie se preocupa de darles vida es como si no existieran. Me gusta sacar del repertorio de los grandes clásicos obras quizás no tan habituales. Y con Mendelssohn también hice algo parecido. Sus Canciones sin palabras se tocan mucho, pero solo algunas. De este ciclo de la Op.30 se tocan algo la primera y la última, pero las otras cuatro apenas se hacen, y casi no hay grabaciones del ciclo completo. Y por eso me pareció interesante.
–Por cierto, la obra de Magrané, que da respuesta a la de Schubert, dura casi el doble.
–Sí, yo les di libertad casi total. Tenían un tiempo límite, lógicamente, por la propia capacidad del disco. Y Magrané se inspiró en diferentes texturas de la obra de Schubert. Y de hecho, la melodía inicial del Adagio de Schubert aparece al principio de su segunda pieza.
–El repertorio del piano clásico es tan abrumador que da la impresión de que los compositores actuales lo cultivan menos que el de otros instrumentos.
–Es cierto. Hay compositores actuales que tienen algo de respeto hacia el piano por la gran literatura que hay, y prefieren escribir para ensemble o para instrumentos con menor repertorio. Pero por ejemplo, el catálogo de Rueda está muy centrado en formaciones clásicas, sinfonías, cuartetos y piano. Mucha música de piano. Lleva ya seis sonatas. Pero es cierto que algunos compositores tienen miedo de no ser capaces de generar interés en los intérpretes que tienen a su alcance un repertorio tan increíble. Si ya están las 32 sonatas de Beethoven para qué van a querer tocar una obra mía, piensan algunos. De todos modos se sigue escribiendo para el piano y se sigue haciendo buena música.
–¿Qué compositor de los que no conoce personalmente le gustaría que le escribiera una obra?
–Kurtág me encanta. Es fascinante. De los compositores vivos es referente absoluto. Esa línea además que mantiene su música con la de Ligeti me interesa mucho.
–¿Qué significado tiene ahora mismo grabar un disco?
–Un disco es muchas cosas. Por un lado, es una forma de presentar y preservar lo que yo hago en este momento. Dentro de diez años será diferente. También me parece fundamental que en un disco pueda recogerse algo nuevo que pueda quedar para el futuro, algo que pueda tener interés más allá de lo que soy yo como pianista. Presentar un repertorio nuevo que pueden tocar otros intérpretes. Y en ese sentido los encargos son esenciales.
–¿Qué otro tipo de mezcla musicales le atraen?
–Lo contemporáneo con lo clásico y lo romántico, pero sobre todo mezclar lo muy conocido con música menos conocida, que puede ser actual o del siglo XVII. Me encanta hacer este tipo de combinaciones en mis conciertos.
–Pero además ha participado en proyectos con músicos de jazz...
–Sí, con el pianista Moisés Sánchez. Ese es un proyecto que llevamos haciendo desde hace más de tres años. Surgió también de una idea de la Fundación Juan March. Era plantear la influencia del jazz en la clásica y de la clásica en el jazz, para ver cómo al final convergen ambos estilos. Ese es un formato de concierto que me interesa mucho, porque aporta cosas nuevas. Supone romper todas las barreras entre estilos. Hicimos también otro de polirritmias africanas con dos percusionistas africanos, que incluía música de Ligeti, Polo Vallejo y Jesús Rueda; acabábamos con un Estudio de Ligeti tocado con las percusiones africanas. Este tipo de proyectos rompen prejuicios y barreras. Ayuda a mantener la música clásica más viva.
–¿Pero estas experiencias sirven de verdad para hacer que ese público nuevo se enganche luego a los programas más clásicos?
–Creo que sí, yo soy optimista. Estos proyectos empezaron siendo conciertos didácticos, eran para alumnos de instituto. Era todo música de los siglos XX y XXI y funcionó fenomenalmente. Darles este formato suponía integrar esa música moderna con otros estilos también modernos, comentarla, porque la hicimos con presentador. Y al final tenías a quinientos chavales de instituto que no habían ido a un concierto en su vida, que se comían estudios de Ligeti y polirritmias rarísimas con una naturalidad aplastante. Yo creo que la gente se sigue aficionando a la clásica. Debemos buscar nuevos formatos, pero sin perder los formatos tradicionales. Hay muchos a los que le gusta ir a una sala y escuchar su concierto de hora y media. Eso no va a dejar de funcionar. Yo soy muy optimista. Cada día hay un montón de conciertos de clásica en España, y eso es porque hay público para esos conciertos. Es verdad que quizás podría acercarse mejor. La educación en los colegios es fundamental. Y la música se ha descuidado mucho. Hay gente que ni siquiera sabe si le gusta porque ha dejado de recibir formación musical de calidad.
–Por volver al disco, ¿suele presentar las obras del CD tal cual en concierto? Son 77 minutos.
–Lo he hecho en concierto alguna vez quitando el último bloque (el de Schubert-Magrané) por cuestiones de duración. Pero creo que con los dos primeros dípticos funciona muy bien. Y creo que podría funcionar también entero. Pero realmente lo que a mí lo que me gusta es combinarlo. Este año estoy tocando mucho Beethoven y en algunos programas mezclo Beethoven con Rueda y Schumann. También me gustaría que las obras contemporáneas cobren independencia. Creo que son buenas obras, que funcionan en sí mismas. Hay que ir desvinculándolas de la obra romántica que tomaron como punto de partida.
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