Orquesta Bética de Cámara | Crítica

En una cámara austro-húngara

Álvaro Castelló y la Orquesta Bética de Cámara en el Espacio Turina.

Álvaro Castelló y la Orquesta Bética de Cámara en el Espacio Turina. / P.J.V.

Al morir en 1945 Béla Bartók dejó esbozado un Concierto para viola y orquesta, que completaría su amigo Tibor Serly para el estreno, que no tuvo lugar hasta 1949. Michael Thomas ha adaptado la obra para la Bética, una formación a la que la música sinfónica parece irle siempre grande y que descoloca por norma al oyente por un equilibrio al que no está acostumbrado al enfrentarse al repertorio orquestal, ya que el conjunto toca con solo nueve instrumentos de cuerda. Acaso por eso, Thomas no dobló la flauta, el oboe ni el fagot y por supuesto prescindió de trombones, tuba y la pequeña percusión. La interpretación se distinguió en cualquier caso por la fantástica contribución del jovencísimo Álvaro Castelló como solista. Su sonido es de una belleza difícil de escuchar en el instrumento, sedoso, limpio, cristalino, pero a la vez profundo, muy equilibrado en toda la tesitura, con riquísimos armónicos. La obra es exigente desde el punto de vista virtuosístico, pero las exigencias no le pesaron en ningún momento: la articulación resultó impecable, la obra respiró en grandeza desde el principio hasta un final en punta verdaderamente apoteósico. Thomas completó punteando aquí y allá con pulcritud. Uno de los momentos álgidos de las actuaciones de la Bética en sus últimas temporadas.

El final del Concierto de Bartók, en forma de rondó y sobre un tema que parece popular, combinaba bien con el resto del programa, ya que Haydn era maestro absoluto en este tipo de finales. Ahí ni la Bética ni Thomas estuvieron tan lucidos, especialmente en una Sinfonía nº88 monocroma, pesadota y plana hasta el Final en el que el fraseo se hizo un punto más ágil, las dinámicas más contrastadas y las texturas más claras. Bastante mejor la Sinfonía nº96, acaso transfigurada la orquesta por la viola de Castelló: por fin vimos a Haydn sonreír y aunque al Andante le faltó un poco de sutileza y al Minueto ligereza, el brillo de la orquestación lució sobre todo en las maderas, las dinámicas se hicieron muchos más matizadas y el tempo cobró una flexibilidad más sugerente. Unas intensas Danzas rumanas de Bartók, intencionadamente coloristas y con agógica idealmente dislocada, reafirmaron ese sentido tan rabiosamente austrohúngaro del programa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios