Paco del Río y el nadador de color
Una inteligente selección de obras y proyectos documenta la labor de Paco del Río en la gestión de la actividad artística. El libro que acompaña la exposición profundiza en ello y se completa con un estudio biográfico, testimonios directos y textos del propio Paco sobre su concepción del arte.
Paco del Río. Del arte y los afectos. Fundación Cajasol, Sala Villasís y Sala Imagen. Hasta el 15 de julio.
No sé por qué me acuerdo de Anthony Nesty, el nadador de color de Surinam, que ganó un oro olímpico, el primer nadador de color en conseguirlo, cuando escribo de la exposición homenaje a Paco del Río. El dato de que en su adolescencia era muy aficionado a nadar en el Club Natación Sevilla y el comentario de su amigo Luis Esquivias de que no era el más dotado técnicamente de los nadadores pero sí un nadador disciplinado y perseverante tendrá, supongo, algo que ver, pero no explica por qué me acuerdo del nadador de color cuando hay tantos datos y referencias importantes en la exposición y en el hermoso libro que la acompaña. Quizás porque en esa piscina conoció al pintor Huget Pretel de quién, a pesar de la diferencia de edad, se hizo amigo y le ayudó a introducirse en el mundo del arte.
Existe la teoría de que las personas de color, por la densidad de sus huesos, flotan menos que los blancos, lo que explicaría la falta de campeones entre los nadadores de color. No sé si tendrá fundamento la teoría ni por qué me sigo acordando del nadador de color. Quizás por el apellido Del Río y porque Paco no lo tuvo fácil y sólo su entrega y pasión le hizo salir adelante y nadar con sentido, guardando o sin guardar la ropa, en la escena artística sevillana. No sé si será por el temprano e intenso entrenamiento, primero, cuando todavía era un nadador adolescente, en la galería Juana de Aizpuru, donde ocupó el sitio de Paco Molina, quizás el único personaje que se le pueda equiparar en el terreno de la dinamización y la gestión cultural en Sevilla, y después, acabada la carrera de Historia del Arte, en el Museo de Arte Contemporáneo que a mediados de los setenta dirigía Joana Palou. No sé si me acuerdo por su inmersión en el Ayuntamiento de Sevilla junto a Ortiz Nuevo y por el ostracismo que sufrió cuando éste cayó en desgracia. No sé si por tener los ojos abiertos debajo del agua en ese periodo difícil de su vida, teniendo que dar clases en su academia particular para ganársela, pero robando tiempo para dedicárselo a los carteles de Joaquín Sáenz o a Curro González, amigo cercano y primo de María José, su mujer.
Quizás me acuerde del nadador de color por la solvencia de Paco para orientarse cuando este Diario de Sevilla se fundó y participó decisivamente en el suplemento Culturas; por su vuelta entonces a la natación en el mismo club de siempre y su llegada a la gestión de la sección de artes plásticas de la Obra Cultural de la Caja San Fernando de la mano de Josele Amores. Quizás por saber nadar en todas las aguas y en todas las direcciones dentro de esta institución y después en la Fundación Cajasol, por dar a cada uno su sitio, por convencer a los dirigentes con su labor, por dar sentido a la forma de coleccionar arte y por reformar el obsoleto premio de pintura sustituyéndolo por las becas sobre proyectos, algo mucho más eficaz; por encontrar el camino para promocionar a los artistas jóvenes sin olvidarse de lo interesante que podían ofrecer artistas de generaciones anteriores, y siempre apostando por lo público y por el público. Y por muchas más cosas que se pueden rastrear en la exposición: por las 215 exposiciones que organizó, según recoge Juan Bosco Díaz-Urmeneta en el libro de la exposición; por no olvidarse de la fotografía ni del cómic; ni de los artistas de fuera, fuera de donde fueran; por su interés en que el arte abriera caminos, que sirviera de pegamento de nuevos afectos no sólo entre artistas, sino también de otros colectivos ciudadanos como ocurrió en El pensamiento en la boca; por su visión de la importancia del flamenco y del flamenco que se contempla desde otros ámbitos y latitudes. Ejemplar en este sentido es el proyecto Intervalos, parece que aún en vigor, y del que se recogen algunas obras en la sala Imagen. Pero quizás me acuerdo del nadador de color porque no me gusta tener que escribir sobre esta muestra en su homenaje, porque, aunque sea la mejor de las posibles no puede recoger sino algunos aspectos de su obra. No sé por que me acuerdo de Anthony Nesty, de alguien del que solo sé que ganó una medalla de oro en las olimpiadas de Seúl 88 siendo un nadador de color. Quizás, por no querer acordarme de que Paco hace un año que nos falta, por no convertir la crítica de una exposición en una necrológica tardía. Pero, seguramente, si me acuerdo del nadador de color es porque me acuerdo de Paco y de su trabajo y para decirles a quienes todavía no se hayan enterado, que vean la exposición, que vean que el legado de Paco no sólo está vivo en estos tiempos de abatimiento de las instituciones, sino que es posible continuarlo. Si Paco lo hizo, otros también podrían si las instituciones aportan recursos y tienen voluntad. Otros podrán, aunque no sepan nadar tan bien como Paco.
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