Piotr Beczala | Crítica

Lirismo y pasión

Piotr Beczala en un recital

Piotr Beczala en un recital / Brescia/Amisano

En su debut sevillano, el tenor polaco Piotr Beczala mostró un variado muestrario de sus posibilidades como cantante. De bellísima voz lírica (el squillo y la brillantez del centro son espectaculares), extraordinaria homogeneidad de registros y canónica emisión (aunque en algunos agudos se le notó empujando algo más de la cuenta), Beczala puede volcarse en la expresión, y para ello pone en juego una notable panoplia de recursos. Especialmente significativas son sus medias voces, que llevó al límite en La más bella, una de las canciones de Karlowicz, cerrada con un largo diminuendo en pianissimo de cortar el aliento o en La canción hindú del Sadkó de Rimski, en la que se permitió incluso un falsete que acabó roto.

El repertorio eslavo fue dicho con admirable propiedad (muy contrastadas y matizadas al límite las siempre celebradas Canciones gitanas de Dvorák), pero las canciones italianas resultaron igualmente sensacionales, desde la Mattinata de Leoncavallo de apertura a las piezas líricas de Tosti, en las que el cantante mostró fraseo de suntuosa calidez y agudo fácil, por más que en las canciones napolitanas se le hubiera podido pedir un poco más de espontaneidad, un dejarse ir, a despecho de una impecablemente dicha Mamma son tanto felice.

Los acentos dramáticos de su Cavaradossi en Recondita armonia contrastaron luego con la ligereza del aria de Un ballo in maschera, cantada con un legato prodigioso, el que acaso faltó en las transiciones de un Adiós a la vida apasionado, contundente, pero sin la sinuosa flexibilidad que han dado al aria sus mayores servidores (pienso en Di Stefano o en Bergonzi). Un final algo sucio en el aria de Manon no empañó el triunfo absoluto en la ópera francesa que supusieron un aria de Don José tan elegante como ardiente (¿por qué no podemos aspirar a verlo en esa Carmen que no puede esperar más el Maestranza en ofrecer en escena?) y la de un Werther absolutamente transfigurado.

En las propinas, después de un caluroso Core 'ngrato, Beczala pareció jugar a equivocarse en un aria de Moniuszko (¿se olvidó del texto de verdad?), lo que provocó los empáticos aplausos de un público entregado y algo inquieto toda la noche.

Además de atentísima acompañante, la francesa Sarah Tysman mostró una rica paleta de colores, siempre bien administrados para reforzar el sentido expresivo de cada pieza. Todos las habríamos disfrutado más si hubiéramos dispuesto de sus textos, claro está. El teatro tiene que hacer un esfuerzo en estos detalles que acaban separando el espectáculo bueno del excepcional.

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