Los asesinos de la luna | Crítica

El mejor Scorsese regresa y se reinventa con una obra maestra

Lily Gladstone, la revelación de 'Los asesinos de la luna'.

Lily Gladstone, la revelación de 'Los asesinos de la luna'. / D. S.

El mejor Scorsese ha vuelto tras un cuarto de siglo largo de películas -unas pocas aceptables y algunas muy malas- que no estaban a su altura. Y con 80 años ha rodado, no solo su mejor película desde Casino, sino una de las mejores de toda su filmografía. Es un Scorsese igual al mejor que nos dejó entre 1973 y 1997 un puñado de obras maestras y grandes películas –Malas calles, Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros, La edad de la inocencia, Casino y si se quiere también Kundun- entre las que se colaron algunas fallidas. Tras ellas, de 1999 a 2019, cayó en un amaneramiento llevado al límite de la auto caricatura de su estilo del que solo se salvaron, y no del todo, Infiltrados y El irlandés.

Igual al mejor es el Scorsese que ha vuelto con Los asesinos de la luna, decía, pero también es un Scorsese distinto, pausado, severo, serio, calmo. Nada de alardes de movimiento de cámara, de montaje compulsivo, de saturación de canciones. Un clasicismo y una contención hasta ahora desconocidos en él, sobre todo en los últimos años, que parece impuesto por la gravedad del tema que trata. En toda gran película lo que se cuenta determina el aparato formal. Lo que aquí se cuenta es tan grave y tan serio que exigía un tratamiento de la mayor gravedad y seriedad.

Tras descubrirse petróleo a finales del siglo XIX en los agrestes y pedregosos terrenos de su reserva ubicada en Oklahoma, la nación india de los Osage se convirtió en la población con mayor renta per cápita del mundo. Esa fue su suerte y su desgracia. La asombrosa riqueza de estos nativos americanos atrajo a aventureros sin escrúpulos y fue encerrando a los Osage en una compleja red de corrupción, explotación y abusos -desde las tutelas obligadas por considerarlos incapaces de gestionar sus riquezas a los matrimonios mixtos a través de los que querían liberarse de la tutela dejando a las mujeres en manos de explotadores blancos- para arrebatarles sus riquezas y sus tierras. El expolio alcanzó su cenit en los años 20 del siglo pasado, cuando se multiplicaron las misteriosas muertes por supuestas enfermedades, suicidios, accidentes y asesinatos no investigados, obligando, tras la visita al presidente Coolidge de una delegación Osage, a la intervención del entonces naciente FBI en uno de los primeros casos que cimentaron el prestigio y el poder de J. Edgar Hoover.

El cine ya lo había abordado en uno de los episodios de FBI contra el imperio del crimen (Mervyn Leroy, 1959) basada en The FBI Story del gran periodista Don Whitehead y realizada bajo la supervisión de Hoover como propaganda. Scorsese también se ha basado -con un tratamiento lógicamente muy distinto- en el libro Los asesinos de la luna (edición española en Literatura Random House) de otro periodista y novelista, David Grann, cuyas obras Z. la ciudad perdida y El viejo y la pistola han sido llevadas al cine por James Gray y David Lowery.

El guión, de Scorsese y Eric Roth (avalado por los de Forrest Gump, El dilema, Munich o El buen pastor) -gran idea la de apostar por él y librarse de Steven Zaillian y los otros guionistas con los que ha trabajado últimamente- se centra, siguiendo la novela y por lo tanto narrando hechos y personas reales, en tres personajes principales: el poderoso y despiadado William Hale (De Niro), su sobrino cobarde e imbécil Ernest Burkhart (DiCaprio) y la esposa de éste, la rica e inteligente nativa osage Mollie (Lily Gladstone). En torno a ellos hay una amplia galería de personajes muy bien definidos e interpretados por actores blancos y nativo americanos de entre los que destacan el agente del FBI a cargo de la investigación (Jesse Plemons) y la matriarca Osage (Tantoo Cardinal).

De Niro, en una gran interpretación, representa el mal llevado a extremos diabólicos de doble moral, hipocresía, avaricia, ambición y crueldad. DiCaprio, en una interpretación discutible dominada por un rictus (parecería que hasta con algodones dentro de la boca) que recuerda demasiado al Vito Corleone de Brando, representa un mal aún más repugnante que el de De Niro por su debilidad cobarde. Lily Gladstone, de ascendencia india Pies Negros y Nez Percé, es la revelación de la película -porque de una revelación se trata pese a haber ganado el premio a la actriz de reparto de la Asociación de Críticos de los Ángeles por Certain Woman- al representar con dificilísima sencillez y naturalidad la luminosa e inteligente inocencia profanada de la esposa Osage manipulada por DiCaprio. Revelación es también la contenida interpretación del hasta ahora actor de carácter Jesse Plemons -que ha trabajado a las órdenes de Paul Thomas Anderson, Tommy Lee Jones, Frears, Spielberg, Campion y Scorsese- como el agente del FBI.

Acierta Scorsese a individualizar cada personaje de los muchos que tiene la película -por poco tiempo que aparezca- y dotándolo de la misma realidad que tiene la poderosa puesta en escena, dotada de una potencia visual apabullante que renuncia, como ya se ha dicho, a los tics estilísticos que había acumulado. Acierta al fundir perfectamente el drama intimista con soberbias y desgarradoras cumbres trágicas y el drama colectivo de los Osage. Acierta al contener su gusto por la representación de la violencia extrema para densificarla en pocos, pero contundentes estallidos. Acierta al elegir un tono a veces casi documental, con inclusión de imágenes y fotos históricas (a veces recreadas), que sigue de cerca el estilo true crime del libro en el que se inspira. Acierta con recursos de un maestro -como las imágenes idénticas que presentan a las víctimas en sus lechos mortuorios- de gran fuerza expresiva y en el uso de la extraordinaria dirección fotográfica de Rodrigo Prieto, su colaborador en sus últimas películas, que crea una atmósfera opresiva con cumbres lumínicas trágicas como la secuencia en la habitación de Lily durante el incendio. Acierta con el uso de la música de Robbie Robetson -el líder de The Band, cuyo concierto de despedida filmó Scorsese en The Last Waltz- que, cosa rara en este director, administra con sobriedad basándose, además de en algunos tema nativos y de canciones de la época, un obsesivo ostinato siempre en segundo plano sonoro.

Acierta en todo logrando que la larguísima duración de la película no pese. Muy al contrario, absorbe desde el principio y mantiene la tensión y la atención en sus tres tiempos fundamentales: el largo y necesario planteamiento del drama, el desencadenamiento de la tragedia tratada con un tono verista a lo Zola y, girando de un oscuro western tardío a un thriller, la irrupción del FBI. Tras años de espera, Scorsese está a su altura y nos da una obra maestra renovándose, sin dejar de ser él, a sus magníficos 80 años.  

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