Acercándose a su centenario, la Orquesta Bética de Cámara afrontó en la noche del lunes el primer concierto de una nueva temporada. Hay que felicitarse abiertamente por ello, porque dadas las condiciones económicas en las que se desenvuelve la orquesta, cada nueva temporada, cada nuevo concierto, es un pequeño milagro que se hace posible merced al entusiasmo, la entrega y el esfuerzo de sus músicos, su director y su equipo de organización.

Arrancó la sesión con una versión del Idilio de Sigfrido en la que se evidenció la falta de rodaje del conjunto. Con una formación muy similar a la que Wagner pensó para agasajar por sorpresa a su esposa por el nacimiento de su hijo Siegfried, las cuerdas arrancaron con diversos desajustes en los ataques y con una notoria falta de empaste, con sonidos abiertos en los violines y afinaciones dispares en los violonchelos. Las trompas erraron a su gusto y a los dos acordes finales de los vientos les faltó mayor precisión.

Afortundamente, el sonido global mejoró notablemente conforme se desplegaba el Poema de Chausson, que en sus primeros compases fluyó con enorme delicadeza perfectamente regulada por la mano de Thomas. Lara Sansón brilló con un sonido refulgente y un fraseo muy expresivo, con moderados portamentos y vibrato no exagerado. Con un fraseo muy intenso, cerró con un unos bellos trinos en la franja superior. El famoso Adagietto de la quinta sinfonía de Gustav Mahler llegó ya con las cuerdas muy empastadas, capaces de recrear esas sonoridades evanescentes con la colaboración del arpa. Thomas remarcó con amplio sentido expresivo los sforzandi de la sección central para luego graduar el final de forma muy cuidadosa, hasta culminar en un emocionante pianissimo. Sansón triunfó también en la Meditación de Thais para luego integrarse en un Debussy todo color y todo sensualidad, con unas maderas excepcionales.