Es más que amor

LUNES: HISTORIAS Y CANCIONES DE VIDA | CRÍTICA DE TEATRO

Pepepérez y Rosario Solano recibiendo el aplauso del público.
Pepepérez y Rosario Solano recibiendo el aplauso del público.

La ficha

***** ‘Lunes: Historias y canciones de vida’. Compañía: Pepepérez. Voz y guitarra: Rosario Solano. Narración y dramaturgia: Pepepérez. Asesoramiento musical: Juana Gaitán y Chemón Cortés. Escenografía: Lorenzo Pérez. Lugar: Teatro La Fundición. Fecha: Domingo, 2 de noviembre de 2025. Aforo: Completo.

Lunes: Historias y canciones de vida de Rosario Solano y Pepepérez ha sido el cierre del ciclo con el que Danza Mobile ha celebrado sus 30 años de trayectoria. Tres estupendas propuestas: La necesidad del otro, cuatro piezas de danza coreografiadas por Manuel Cañadas, Arturo Parrilla, Paqui Romero y Helliot Baeza y Álvaro Silvag (el viernes 31); el espectáculo Estoy aquí, con la poesía de José Manuel Muñoz y la música de Zizero (sábado 1 de noviembre); y este domingo, inaugurando el horario de invierno (a las siete de la tarde) en el Teatro La Fundición, hemos podido ver el estreno de una delicatessen horneada, sazonada y presentada con la exquisitez de los grandes. Rosario Solano, cantante entregada en cuerpo y alma a los fados, y Pepepérez, narrador oral que tiene la sabiduría de los cuentacuentos que gozan de haber vivido mucho.

La obra fue ideada, como un fogonazo, el día del apagón. Un barrio con sus personajes, con sus pequeñitas y grandes historias y una cantante, aquí camaleónicamente transformada en cantante callejera, pero poseedora de una voz que embelesa.

La escenografía de Lorenzo Pérez, simple y rotunda, un muro lleno de pintadas, nos sitúa en un barrio cuasi obrero marcado por la inteligencia y la progresía, de la que nuestros autores se ríen con cierta socarronería.

Todo es deliciosamente simple, hasta que Rosario Solano empieza a gorgorear y entona su primer fado con una dulcísima y exquisita voz en la que uno no sabe qué fue primero: si la canción portuguesa o la garganta de Rosario.

Durante esa canción sale Pepepérez al escenario. Lo define el sombrero de Machado, de Pessoa; en su humildad se coloca de lado, casi a espaldas al público, para convertirse en espectador de esa cantante sublime, que resulta que es también su pareja en la vida real.

Comienza entonces un concierto, un recital a dúo entre dos mundos: el musical y el narrativo. Se puntúan el uno al otro en un acto de amor. Sí, porque la obra va del amor: del amor que cura la soledad de los personajes que nuestro cuentacuentos va desgranando, dando paso a las canciones de Rosario. Todo es bellísimo. En un mundo en el que vivimos en una distopía instalada, un electo Trump que reina en una democracia, unos jóvenes que abrazan el fascismo como quien sigue a una banda de rock, el espectáculo de Pepe y Rosario nos abraza, nos recuerda una época en la que creíamos que el mundo podía ser mejor.

Vamos conociendo el cuento de María, una mujer que se deja las llaves dentro de su casa y no puede volver a ella; a Alberto, un concienzudo progre que vive en el tai chi; a Isadora, que tiene miedo a la soledad; a Brunilda, que acoge en su casa al hombre con alas verdes con el que tiene cuatro hijos, a los que da frescor en verano y calor en invierno con sus alas, y con los que juega convirtiéndose en su cometa.

El espectáculo dura una hora, bendita hora, en la que nos dejamos mecer por el canto de Rosario y los cuentos de Pepepérez, en los que la simpleza de ser buenas personas nos da la oportunidad de volver a creer que el mundo no está irremediablemente perdido. El público, que abarrotaba la sala, aplaudió de pie a estos juglares que ofrecen amor.

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