Bestiario
Mi vida en el jazz | De Libros
Oscar Peterson recorre sus más de 60 años de travesía en el jazz retratando todos los escenarios en los que actuó y presentando a sus figuras mayores como en una rueda de reconocimiento
La ficha
'Mi vida en el jazz'. Oscar Peterson. Traducción de Antonio Padilla. Libros del Kultrum, 2025. 320 páginas. 22 euros.
Viendo actuar a Thelonious Monk en París, Cortázar pensó en un oso que daba vueltas en torno a la maqueta de un piano, y parece difícil no recordar el símil cuando uno contempla las fotografías de ese otro coloso, Oscar Peterson, sentado en el escenario frente a las 88 piezas de su teclado, con la sonrisa espasmódica de los retratos, entre focos y la neblina del tabaco (todavía se fumaba en los sitios), los gemelos siempre brillantes sobre la manos que extraían la música, en compañía de Herb Ellis o Ed Thigpen. La comparación puede ser llevada más lejos si uno recorre con inspiración algunas de las páginas de este precioso testimonio que son sus memorias, donde entra y sale lo más granado de la escena jazzística en sus años verdaderamente cruciales, los cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo que se fue: igual que osos, pájaros, langostas y hasta moscardones pueblan el que podría ser el gran zoológico o el bestiario del jazz. Por los comentarios que les dedica, la imaginación se pinta rápidamente a Coleman Hawkins, cuyo sobrenombre era el Halcón, más como un león rampante y dudoso, dispuesto a saltar desde la maleza; a Johnny Hodges, apodado el Conejo, antes como un paciente y noble perezoso, soltando esos legatos que le hacen inconfundible en cualquier estruendo de Ellington; a Charlie Parker, alias el Pájaro, como una culebra ágil y sinuosa, que cambia de piel y se desplaza con idéntica pericia por terreno pantanoso y por suelo firme.
De las muchas autobiografías que puede ofrecer la historia del jazz (pienso ahora también en Ellington, cuya Music is my mistress fue editada aquí en España por Kultrum, o en la apasionante Raise up off me, de Hampton Hawes), la de Peterson tiene la ventaja de la panorámica: pocos intérpretes como este gigante afable del piano han atravesado las principales eras de oro del jazz con la ocasión de acompañar a los figurones que se iban superponiendo en las carteleras. Sorprenderá saber quizá que Peterson no era estadounidense, sino de Canadá, y que sus ancestros, en vez de África, procedían del Caribe: porque a pocos maestros como a él cabe asociar de modo tan rotundo con lo que la música negra significa, sus aportaciones más señeras al arte contemporáneo y la influencia que ha tenido en lo que se viene haciendo todavía hoy. Hijo de un empleado del Canadian Pacific Railway (a quien está dedicado el álbum Night Train), Peterson reveló ya en su tierna infancia que poseía una sobredotación para el piano que le hacía capaz de asimilar una partitura o repetir unos compases en apenas un refilón, talento que, lejos de limitarse a Liszt y Chopin, se volcó muy tempranamente en la marea del jazz. Tal vez el suceso nuclear de su vida (todos tenemos uno) fue su encuentro con el productor Norman Granz, más tarde director de Verve Records, que luego de oírle en una sala de baile de Montreal decidió contratarle para su gran proyecto de difusión de la música negra, Jazz at the Philharmonic.
A Oscar Peterson en primer lugar hay que escucharlo, escucharlo siempre (como solista en su versión de West Side Story o el libro de canciones de Cole Porter, o en sus innumerables sesiones con el trío, como acompañante casi con cualquiera, porque siempre es una delicia la lluvia de su fraseo y los diamantes y el vidrio con que marca el ritmo), pero estas memorias suponen un complemento idóneo para todas las grabaciones que nos ha legado. Aparte de por conocer a la persona que está detrás de esa música, un profesional discreto, algo sorprendido y a veces incómodo con la destreza que le tocó en suerte, está, como he dicho, el paisaje: a través de saltos en el tiempo que renuncian gozosamente a una cronología pautada, dejándose llevar por los meandros del recuerdo como por otra melodía, Peterson recorre sus más de 60 años de travesía en el jazz retratando todos los escenarios en los que actuó, del bebop en adelante, y presentando a sus figuras mayores como en una rueda de reconocimiento: sólo él tuvo la fortuna de compartir micrófonos, a la vez o sucesivamente, con Coleman Hawkins, Lester Young, Billie Holiday, Roy Eldridge, Stan Getz, Charlie Parker y el largo etcétera que figura en el índice. Un bestiario del jazz en toda regla, para los incondicionales de esta clase de fauna.
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