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Tres mundos | Crítica

Almed publica ‘Tres mundos’, primer volumen de las memorias del historiador Avi Shlaim, una figura que refleja ese paño de contradicciones, paradojas y mezcolanzas que forma parte del estado de Israel.

El historiador Avi Shlaim (Bagdad, 1945), en una imagen de archivo. / D. S.

La ficha

Tres mundos. Memorias de un judío-árabe. Avi Shlaim. Traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón. Almed. 320 páginas. 24 euros

Judío pero de cuna árabe, originario de la milenaria Mesopotamia (el actual Irak) y británico de adopción (los matices importan), el historiador Avi Shlaim (Bagdad, 1945) es el reflejo de ese paño de contradicciones, paradojas y mezcolanzas que aún hoy sigue formando parte integral del estado de Israel, más allá de la deriva ultranacionalista y abiertamente racista que embarga al actual gobierno, el más extremista de toda su historia desde su creación en 1948.

La figura de Avi Shlaim es parte de la llamada corriente de “los nuevos historiadores”. Son la piedra en el zapato del nacionalismo projudío en Israel. Obedecen, pues, a un grupo de académicos israelíes cuya obra crítica, tan poco mitificadora, es toda una impugnación a la versión oficial sobre los logros del sionismo antes y después de 1948. Tras la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días (1967), comenzará, según el autor, la deriva colonialista de un país que se convertirá en monstruo.

En cierto modo, Tres mundos (primer volumen de sus memorias), es una suerte de continuidad de los pormenores históricos y políticos que el autor ya abordó en su anterior El muro de hierro. Israel y el mundo árabe, publicado por Almed. Más concretamente, el título Tres mundos refleja las tres etapas vitales aquí narradas a través de la propia recordación: Bagdad (hasta los cinco años), Ramat Gama, próxima a Tel Aviv (de los cinco a los quince años), y Londres (como estudiante de los quince a los dieciocho años). Su familia procedía de la clase media-alta y pudiente, como tantos judíos establecidos a orillas del Tigris (sin olvido de sus bolsas de judíos pobres).

Shlaim siempre se ha considerado, primero y por encima de todo, iraquí de religión judía, allí donde la mismísima cuna del patriarca Abraham. De ahí la defensa de su condición como judío-árabe, copartícipe, como toda su estirpe (adinerada y luego caída en desgracia), de aquel mosaico del Irak de antaño, en el que los judíos, junto con la mayoría musulmana (suníes, chiíes y kurdos), formaron parte del fabuloso crisol al lado de aquellas otras minorías representadas por yazidíes, católicos caldeos, asirios, armenios, turcomanos y circasianos. Del Tigris al Jordán, Oriente Medio sólo se explica como fragmento de fragmentos. El resto es la sangre del odio y su bucle de guerras sin fin.

El libro es el testimonio de un olvido colectivo en Israel: el de los judíos de cultura y lengua árabes

Leer Tres mundos va más allá del interés por una una peripecia personal. Es, más bien, el testimonio de un olvido colectivo y de un desgarro silenciado en Israel: el de los judíos de cultura y lengua árabes (no confundir con los israelíes árabes de Palestina, tanto cristianos, musulmanes como drusos). En términos geopolíticos modernos, la familia de Avi Shlaim procedía de aquel invento que Churchill aplicó arbitrariamente sobre los contornos del actual mapa de Irak (su único propósito fue preservar los intereses británicos en los pozos petrolíferos). Tras la Primera Guerra Mundial, quedó atrás la larga escombrera de siglos del decadente Imperio otomano. En Irak, como en el resto de naciones árabes, la creación del estado de Israel en 1948 provocará el odio latente hacia los judíos. El panarabismo los obligará a emprender la marcha obligada hacia el nuevo, desconocido y en gran parte hostil estado de Israel (de ahí la paradoja).

Pese al dolor del destierro y la perdida de su identidad, Avi Shlaim refuta la idea que el sionismo difundió en torno a “la Nakba judía”. Esto es, el éxodo forzado de 850.000 judíos orientales (los llamados mizrahim) y del norte de África. Su manipulación alimentó la narrativa victimista a fin de crear por parte del sionismo un paralelismo con el destino amargo de los palestinos a partir de la genuina catástrofe acontecida en 1948, la auténtica Nakba palestina y no la judía.

Hasta entonces, los judíos iraquíes vivieron como ajenos a los horrores del Holocausto y a la primera pica del sionisismo aventurero en tierra de Israel, impulsado, con Ben Gurion a la cabeza, por los judíos askenazíes de Europa. Para los judíos árabes el sionismo en Israel lo identificaban con el ideal askenazí, de base occidental, socializante y de espíritu espartano (tan opuesto al de los judíos de Oriente). A inicios de los 50 del siglo XX, tras varios atentados y el pogromo de 1941 (conocido como el farhud), los judíos iraquíes se vieron obligados a realizar su propia aliyá, el viaje de supuesta promisión a Israel.

Tres Mundos, cuya última parada recae en Londres (el joven Avi Shlaim descubrirá su pasión académica por la historia), es también el relato costumbrista de una forma de vivir ya extinta. Hay algún que otro pasaje rocambolesco, como la invitación del Mosad a su joven madre, Saida, para que ésta ingresara como agente y con un episodio de acoso sexual de por medio. En Israel, su padre Yusef, aquel próspero comerciante de antaño en Bagdad, sucumbió a su condición de hombre acabado. Jamás pudo hablar el hebreo.

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