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El bosque confiado | Crítica

Emociones primitivas

  • La nueva antología de María Casas Robla recopila relatos de autores estadounidenses del siglo XIX en los que se refleja de algún modo la presencia de la naturaleza

'Espíritus afines' (1849) de Asher B. Durand, uno de los pintores de la Escuela del Río Hudson.

'Espíritus afines' (1849) de Asher B. Durand, uno de los pintores de la Escuela del Río Hudson. / Crystal Bridges Museum of American Art, Bentonville, Arkansas

Aunque ya fue invocada por el movimiento hippie y los teóricos de la contracultura, la figura y la obra de Henry David Thoreau han recobrado actualidad en los últimos años, después de la última gran crisis en la que la galaxia contestataria recurrió a su ejemplo como precursor del ecologismo, especialmente en Walden pero también en su Diario, y de la idea de insumisión formulada en Sobre el deber de la desobediencia civil, que como otros escritos del ensayista de Concord no han perdido vigencia en un mundo tan distinto y a la vez tan parecido. Parte de su espíritu reivindicativo se trasluce en esta antología, El bosque confiado, que toma su título de un poema de Emily Dickinson –el 41, donde la gran autora de Amherst habla de los Trusting Woods– y precisa su contenido en el subtítulo: Relatos sobre Naturaleza en la América de Thoreau, editada y prologada por una traductora, María Casas Robla, que ha publicado en la misma editorial Siruela otras dos recopilaciones: Si las mujeres mandasen. Relatos de la primera ola feminista (2020) y He visto cosas que no creeríais. Distopías y mutaciones en la ciencia ficción temprana (2021). También en este caso se trata de pioneros que lo son doblemente, en tanto que representantes de la joven literatura estadounidense y retratistas de los entornos naturales en un territorio que no dejó de extenderse a lo largo del siglo XIX.

Thoreau defiende el regreso a la vida originaria, en estrecho contacto con el medio

La frase de Chateaubriand citada en el prólogo –"los bosques preceden a las civilizaciones; los desiertos las siguen"– sobrevuela el recorrido de la antóloga, que suscribe la conveniencia de volver los ojos a la naturaleza, al "bosque sagrado en el que desde hace milenios el ser humano imaginó la morada de los dioses", en palabras de Óscar Martínez, el celebrado autor de Umbrales (Siruela, 2021), y habla de una línea que une a Emerson y Thoreau con Walt Whitman, a la que en mayor o menor medida se vinculan los autores que los acompañan. El romanticismo en América, como explica Casas Robla, fue menos contemplativo que inclinado a la acción, como correspondía a la mentalidad de un pueblo recién constituido que buscaba colonizar enormes espacios libres, aunque no deshabitados. Con su centro en Nueva Inglaterra, los pensadores adscritos al trascendentalismo, del mismo modo que los pintores de la Escuela del Río Hudson, cuya obra no está exenta de una grandilocuencia característica, celebraron los paisajes naturales en los que veían un reflejo de la divinidad, pero es la personal mirada de Thoreau –y su carácter y estilo, más llanos y apegados a la experiencia inmediata– lo que marca la diferencia respecto a los predecesores, llevando al extremo la apología de lo salvaje o no domesticado y el regreso a la vida originaria, en estrecho contacto con el medio.

La antología comienza con un fragmento de Emerson y cierra con un sueño de Whitman

Oportunamente dispuesto a modo de prefacio, abre la antología el capítulo primero de Naturaleza, el célebre ensayo programático donde Emerson sentó las bases de la filosofía trascendentalista. Y la cierra, como punto de llegada, una entrada de Días memorables, la titulada "Pensamientos bajo un roble", donde Whitman narra un sueño –un "trance onírico"– en el que ha visto a sus árboles favoritos salir de paseo. Para la antóloga, el autor de Hojas de hierba encarna el llamado de Thoreau en Caminar, también incluido en la selección, cuando reclamaba "un poeta que pusiera vientos y ríos a su servicio", es decir, les diera voz, o "que clavara las palabras a sus emociones primitivas". El marco teórico que sustenta la recopilación no se refleja de igual modo en todos los relatos, pero la presencia de la naturaleza, en sus diferentes modalidades, sí es una constante, abordada con muy distintos registros. En la búsqueda progresiva de una literatura nacional confluyeron las obsesiones religiosas de los puritanos, la idea de la conquista permanente, el optimismo de los padres fundadores, la conciencia del paraíso perdido y un fondo oscuro que contrasta con el esplendor de las tierras vírgenes. En efecto, no cabe olvidar que el siglo del romanticismo naturalista fue el de una expansión que se llevó a cabo con una mentalidad depredadora y extractiva, tan opuesta a las ideas de Thoreau y su "deseo de lo salvaje". Expresar ese deseo de una manera sencilla, alejada de la ampulosidad y la autocomplacencia, sigue siendo su lección más duradera.

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