Cultura

En la casa del padre

Drama, Japón, 2008, 120 min. Dirección y guión: Hirokazu Kore-eda. Fotografía: Yutaka Yamasaki. Música: Gonchichi. Intérpretes: Abe Hiroshi, Natsukawa Yui, You, Takahashi Kazuya, Kiki Kirin. Cines: Avenida 5 cines (Versión original subtitulada en japonés).

El regreso a la casa del padre y las relaciones familiares parecen ser dos de los temas esenciales de cierto cine contemporáneo, presentes en las cintas francesas Las horas del día (Olivier Assayas) y Cuento de navidad (Arnaud Desplechin), en la española Tres días con la familia (Mar Coll), en la turca Tres monos (Nuri Bilge Ceylan), y resonando con fuerza en la norteamericana, aún por estrenar, Two lovers (James Gray).

Still Walking, sexto largometraje de ficción del japonés Hirokazu Kore-eda (Maborosi, After Life), de quien ya se han podido ver por aquí su premiada Nadie sabe y Hana, relectura crepuscular del cine de samuráis, propone también una mirada al ámbito íntimo de la familia con la impronta de un suave naturalismo en el que se anudan la tradición nipona (vía Yasujiro Ozu y el shomin geki) y las formas híbridas y climatológicas de cierta escritura moderna.

Se trata aquí de detener y paladear el tiempo del reencuentro entre padres, hijos y hermanos y retratar toda su densidad sin miedo a la demora. Se trata también de delimitar un espacio (la casa) en el que se comunican los vivos y los muertos, a través de una puesta en escena que tiende a suspender la narración para dejar pasar los afectos (y sus fantasmas), los reproches y los rencores desde un fluido ritual de lo cotidiano (preparar la comida, sentarse a comer en la mesa, echar una siesta, lavarse los dientes antes de dormir) elevado a materia de primer interés cinematográfico.

La cámara discreta, siempre a una prudente distancia, de Kore-eda traza así una red invisible de roces y memoria (el hermano ausente cuya muerte sobrevuela el hogar como esa mariposa amarilla que lo simboliza de forma tal vez demasiado explícita) que se construyen poco a poco desde la atención a los pequeños detalles, en una mirada furtiva a un rincón vacío, en una palabra de más, en un silencio elocuente o en la melodía de una balada romántica de los años setenta.

Still Walking busca así aprehender lo intangible de esa experiencia (universal), rellenar los huecos de una historia familiar con la banda sonora de un verano caluroso, desplegar su mensaje humanista, reconciliador y sentimental (de nuevo, Ozu en el horizonte) sin que nada pese demasiado.

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