How to have sex | Crítica

Sí es no

Mia McKenna-Bruce en una imagen del filme.

Mia McKenna-Bruce en una imagen del filme.

Película hecha a la medida del curso de los tiempos, How to have sex pone el dedo en la llaga de los rituales de apareamiento, el consentimiento y la violencia sexual buscando evitar la brocha gorda a través de uno de esos acercamientos realistas tan caros al cine británico que convierten a los cachorros de la working class en protagonistas de unas vacaciones de garrafón como rito de iniciación y tránsito hacia las amarguras de la vida adulta.

En su foco principal, un trío de amigas llega a un resort turístico low-cost en una isla mediterránea con el propósito de darlo todo entre latas de cerveza, paquetes de patatas fritas, música de baile y vestidos entallados en colores fosforito. La debutante Molly Manning Walker las sigue en sus rutinas de complicidad, preparación y seducción en aras del deseo de perder la virginidad de una de ellas (Mia McKenna-Bruce, premiada en los EFA), pero sin esconder tampoco que las dos escuderas intentan disimular en vano sus propias inexperiencias, recelos e inseguridades en una fiesta continua.

Es en ese tramo aún ajeno al gran tema donde How to have sex se presta a escrutar los cuerpos como epicentro de la acción, donde la mirada documental captura esa vibración post-adolescente en todo su esplendor de colores vivos y ritmos vitales. Otra cosa es ya cuando se trata de subrayar el asunto de marras, que convierte a los machitos tatuados en explícitos depredadores aunque se intente disipar que al menos uno de ellos da señales de una mínima conciencia, empatía y sensibilidad.

Tras la noche de autos recapitulada en un torpe flash-back, la película se precipita ya hacia un resbaladizo terreno moralista y didáctico que se había evitado con cierto éxito y que lo empuja hacia la reveladora y paralizante toma de conciencia y al consecuente desencanto traumático después de una doble tanda de aproximación y derribo.