Teresa | Crítica

Una santa para el presente

Asier Etxeandía y Blanca Portillo en una imagen del filme.

Asier Etxeandía y Blanca Portillo en una imagen del filme.

En este nuevo filme sobre la gran mística española del XVI (1515-1582) tras los de Josefina Molina (Teresa de Jesús) o Ray Loriga (Teresa: el cuerpo de Cristo), Paula Ortiz también despoja la santidad del nombre, se permite incluso algunas actualizaciones de discurso y proclamas feministas, pero reviste su mirada de esa carga esteticista y de dudoso vuelo lírico que algunos aplaudieron de aquella Novia lorquiana con ramalazos de anuncio publicitario. 

Muy lejos de Cavalier (Thérèse), no digamos ya de Bresson, se trata aquí de amplificar y muscular audiovisualmente el diálogo-duelo entre la fundadora de la orden de los Carmelitas Descalzos en sus horas maduras, interpretada por una Blanca Portillo entregada en cuerpo y alma al personaje y aspirante a todos los premios, y el inquisidor que arriba al convento con la intención de desafiarla al que Asier Etxeandía presta su habitual energía y vehemencia.

Basada en la obra teatral de Juan Mayorga La lengua en pedazos, extraída a su vez de El libro de la vida de la propia Santa Teresa, la película de Ortiz no se contenta con la puesta en escena teatral, en todo caso explícita a través de la declamación del texto, y vuela en piruetas de mayor o menor alcance y buen gusto hacia el pasado, la memoria o el sueño de la santa en su infancia (Ainet Jounou) y su juventud (Greta Fernández), recreando, siempre en clave expresionista y con un simbolismo redundante (espejos, abismos, llamas…), episodios más o menos conocidos, íntimos o estelares de su vida.

En un constante regreso al combate entre Dios y el Diablo, entre la fe auténtica y despojada, la duda y las directrices dogmáticas y opresoras de la Iglesia, esta Teresa da siempre la sensación de estancarse dramáticamente a la espera de que sus variaciones de imaginería impulsen el relato hacia una revelación y una catarsis que no terminan de llegar.