Reeducar al hombre blanco (pero sólo un poco)

Goodrich, que es como se llama este film y su protagonista en su título original, es un hombre blanco de mediana edad (Michael Keaton), galerista en crisis en la luminosa Los Ángeles donde vive en una casa estupenda, padre de dos niños de su actual matrimonio y de una hija de otro anterior (Mila Cunis) a punto de darle su primer nieto. Una vida acomodada y plácida hasta que su esposa le comunica que ha decidido ingresarse en una clínica de rehabilitación para curar su adicción a las pastillas, de la que, por increíble que parezca, él no estaba enterado.

Con el agua al cuello tiene premisa, ambientes y personajes de serie cuqui de plataforma, pero es un largo de ficción. Hallie Meyers-Shyer (De vuelta a casa) intenta encontrar pronto su tono entre el la comedia y el drama humano, a saber, sin caricaturizar demasiado a su protagonista pero intentando tocar la fibra sensible de su gran tema, que no es otro que el de la responsabilidad de la paternidad (en este caso añosa) en el mundo moderno.

Nada pesa demasiado en esta película, tal vez porque Keaton está demasiado en forma para el patetismo y es demasiado consciente de sus limitaciones y su propósito de enmienda. Así, ni esos hijos pequeños son un verdadero incordio, ni la mayor tampoco está dispuesta a que sus reproches y recelos pasen de un pequeño rapapolvo a las puertas del paritorio. Los ambientes pijos y agradables, las buenas gentes que los pueblan, tampoco hacen posible tomarse muy en serio esta crisis del hombre blanco al que hay que reeducar un poco en su caspa heteropatriarcal.