Cuento de terror con Marilyn
A solas con Marilyn | Crítica

La ficha
A solas con Marilyn
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Ópera de cámara con música de David del Puerto y libreto de Alfonso Zurro. Solistas: Ruth González, soprano; Blanca Valido, mezzosoprano; Ana Mª Alonso, viola eléctrica; David del Puerto, guitarra eléctrica y dirección musical. Dirección de escena, espacio escénico y videocreación: Ricardo Campelo Parabavides. Vestuario: Rhina. Iluminación: Luiggi Falcone. Lugar: Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes 29 de abril. Aforo: Dos tercios de entrada.
David del Puerto y Alfonso Zurro firman una ópera inquietante, incómoda, en la que el mito de Medea se reescribe desde una óptica contemporánea teñida de sombras y pulsiones reprimidas que estallan en las perversiones del personaje interpretado con notable consistencia vocal por Blanca Valido. Marilyn Monroe aparece de fondo, un icono que planea sobre la escena como metáfora de una feminidad rota, sacrificada y manipulada. La tragedia griega se infiltra así en un paisaje psíquico moderno, convertido en un cuento de terror íntimo.
Zurro articula múltiples capas de significado que dotan al texto de una densidad teatral notable, difícil de plasmar escénicamente sin caer en el exceso. La puesta en escena opta por una estética abigarrada, donde el uso de la cámara en directo –recurso ya ampliamente explotado en el teatro contemporáneo– se justifica parcialmente al cruzarse con imágenes icónicas de Marilyn. Aunque lo pretendan, las escenas más escabrosas no resultan especialmente transgresoras. Ricardo Campelo recurre en cambio con insistencia al efecto de líquidos vertiéndose sobre los cuerpos de dos mujeres –un gesto de clara intención simbólica–, pero cuya reiteración, además de gratuita, compromete la eficacia vocal de las intérpretes, que deben seguir cantando en esas condiciones.
En los textos de Zurro tampoco todo está pensado para ser cantado con naturalidad, lo que, desde otra perspectiva, también plantea retos importantes a los intérpretes, pero su fuerza dramática es indiscutible. En su escritura se percibe la mano del dramaturgo que no se conforma con ilustrar una historia, sino que la tensa, la expone, la arrastra hasta los límites. Y es ahí donde triunfa Ruth González, con un registro agudo pulido, una impecable facilidad para pasar del canto al lenguaje hablado y una resistencia férrea a la incomodidad de cantar con su cuerpo embadurnado de sustancias diversas. La suya es una interpretación construida desde la tensión, el gesto mínimo y la expresividad sostenida. Es ella quien da carne al horror contenido en la obra, quien transforma el símbolo en experiencia viva. La música de Del Puerto, pese a mantener esa característica cantilena algo monótona en las líneas vocales, me ha parecido de mayor vuelo melódico y más variedad que la de su anterior título visto en Sevilla (Lazarillo) y el trabajo en la viola de Ana Mª Alonso, sencillamente prodigioso. El compositor tampoco se ha olvidado de tocar la guitarra, el instrumento en el que se formó.
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