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Cultura

Ante el espejo infinito de Giacometti

  • El Museo Picasso Málaga acoge hasta el 5 de febrero una ambiciosa retrospectiva del escultor y pintor suizo · La cita, integrada por 198 piezas, recrea el taller del artista y repasa todas sus etapas y registros

Afirmó en cierta ocasión Jean-Paul Sartre que en la obra del escultor y pintor suizo Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901 - Coira, 1966) hay un efecto de espejos en el que la memoria constituye un elemento primordial. Mirar una de sus esculturas es mirarse, atender a la propia condición humana, y también interrogarse, preguntarse por las apariencias asumidas y las derrotas más hondas. Pero, además, quien vea la exposición retrospectiva del artista inaugurada ayer en el Museo Picasso Málaga y en cartel hasta el 5 de febrero de 2012 comprobará que ese espejo es infinito: las posibilidades de descubrirse en las figuras estilizadas, por cuya depurada fragilidad parecerían destinadas a derrumbarse sólo con que se soplara sobre ellas cual fabricadas en ceniza, así como sus apuntes en dibujos, esbozos y pinturas son innumerables. Tantas, seguramente, como hombres y mujeres hay en el mundo. Este artista menudo y fotogénico que, al igual que Picasso, prefería encontrar a buscar, creó un arquetipo. Posiblemente, desde Miguel Ángel no se había dado en la historia del arte una representación humana a través de la escultura dotada de una ambición tan universal desde lo particular. Si la especie humana se extinguiera y una raza extraterrestre acampara después en la Tierra, las esculturas de Giacometti le brindarían información decisiva y concisa sobre lo que aquella criatura deseó, construyó, temió, admiró, amó y odió.

La exposición temporal del Museo Picasso, bautizada sencillamente como Alberto Giacometti. Una retrospectiva, es la mayor en su género que se dedica en España en los últimos 20 años al genio suizo, referencia indiscutible y verdadera cima de las artes plásticas del siglo XX. En total, la muestra, que ha puesto a prueba como pocas la capacidad organizativa de la pinacoteca, reúne un total de 198 obras: 166 esculturas, pinturas, dibujos, litografías, objetos de mobiliario y hasta prendas textiles procedentes de la Fundación Alberto Giacometti de París, creada por la viuda del artista (y cuyas exigencias, según cuentan fuentes cercanas, también han contribuido a la prueba de resistencia que ha sido la puesta en marcha de este proyecto para el Museo Picasso), además de otras tres piezas prestadas por colecciones privadas y la Kunsthaus de Zurich. Completan este fabuloso paisaje ocho obras de Pablo Picasso y un cuadro de su padre, José Ruiz Blasco, que protagonizan un diálogo significativo con el tesoro de Giacometti y que proceden de la misma colección del Museo Picasso y de la Fundación Picasso Casa Natal.

El resultado hará las delicias tanto de los amantes del gran escultor como de los meros curiosos, con verdaderas luminarias como la popular escultura El hombre que camina I de 1960 (perteneciente a la misma serie de la que se subastó en Londres en 2010 por 104 millones de dólares y por la que Giacometti desbancó a Picasso como el artista más caro de la historia, aunque la comisaria de la exposición, Véronique Wiesinger, dejó ayer bien claro que cada pieza es única ya que cada una de ellas cuenta con detalles propios), La nariz de 1949 y la Cabeza de hombre sobre peana realizada entre 1949 y 1951. Veinte de las obras expuestas ahora en Málaga (entre ellas dos óleos) nunca habían sido prestadas por la Fundación Alberto y Anette Giacometti para su exhibición, lo que revaloriza aún más, si cabe, una muestra descomunal, por la que merece la pena pasar todo un día en el museo. Su disfrute, ciertamente, requiere que se deje el reloj en casa.

Más allá de la cantidad, la retrospectiva resulta ilustrativa por cuanto repasa con plenitud todas las etapas y registros de Giacometti. Tras unos primeros retratos y estudios anatómicos, la exposición da cuenta de las inquietudes cubistas que empujaron a Giacometti a instalarse en París, así como de su adscripción surrealista ya a partir de 1929 de la mano de Jean Cocteau, André Masson y el propio André Breton (especialmente deliciosos son sus Objetos desagradables, representados en la exposición con un par de ejemplares). Tras la Segunda Guerra Mundial, con un periodo fugaz en Ginebra y su posterior regreso a París, Giacometti hizo suyos los argumentos estéticos del existencialismo. Sus encuentros con Sartre comenzaron a hacerse frecuentes, así como con otro vecino de Montparnasse cuya influencia fue en los años 50 tan definitiva como compartida: Samuel Beckett, un escritor no vinculado directamente al existencialismo, pero que decidió aplicar en sus poemas, novelas y piezas teatrales la regla de menos es más para crear personajes incompletos, apenas esbozados, casi desechos de una humanidad incompleta y sin embargo profundamente reveladora. Giacometti, que participó en la escenografía de la primera representación de Esperando a Godot con diversos elementos, emprendió la misma búsqueda a través de la materia, mediante esculturas en las que la representación humana perdía sus rasgos, sus apariencias y las servidumbres de la personalidad para erigirse en sombras, presencias sugeridas, nunca impuestas, apenas alguien que pasa. El escultor abordó este paradigma primero desde esculturas minúsculas, a menudo del tamaño de cajas de cerillas (en la exposición del Museo Picasso puede verse una jugosa selección de este formato, en algunos casos piezas únicas; una de estas figuritas, por cierto, es una cabeza de Simone de Beauvoir no exenta de humor), que fueron creciendo hasta adquirir dimensiones naturales e incluso gigantescas. Todo este proceso puede seguirse, paso a paso, en esta exposición, lo que puede considerarse un lujo para los amantes del arte.

La oferta se completa con 20 fotografías de Giacometti en su estudio, realizadas por varios autores, entre ellos su mujer, Annette, que atraviesan el marco más reservado del momento creativo para sacarlo a la luz en todo su esplendor, incluidos algunos primeros planos de las manos del demiurgo, tocadas por el desgaste. Según Véronique Weisinger, las obras pueden verse aquí "con una intimidad que no suele conseguirse en un museo; cada obra llama a un diálogo único con cada espectador, y ésta es una experiencia de la que no se sale indemne".

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