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Un diálogo en clave de pantomima
Textos y documentos completos. Nuevas Cartas. Cristóbal Colón. Edición de Consuelo Varela y Juan Gil. Athenaica. Sevilla, 2024. 672 págs. 40 €
Se recogen aquí, en su versión postrera, los Textos y documentos completos de Cristóbal Colón, editados por la historiadora Consuelo Varela, junto a las Nuevas cartas dirigidas a los reyes -en edición de Juan Gil-, cuyo hallazgo en una librería de Tarragona, en 1985, permitiría la formación de este corpus, editado por primera vez en 1992, que hoy alcanza, a juicio de sus editores, la condición de definitiva. El hecho de que hayan pasado más de tres décadas desde aquella edición es motivo suficiente y oportuno para recuperar la presente obra; a ello se añade, no obstante, la reciente polémica sobre el lugar de nacimiento de Colón, cuya discusión parece no agotarse nunca. En estos Textos y documentos completos el lector curioso podrá disipar algunas dudas al respecto. Dudas que conciernen al origen más probable del almirante de la mar océana. Pero, sobre todo, podrá conocer, con el rigor apetecido, dos cuestiones de mucha mayor relevancia: la personalidad de Cristóbal Colon, en su contextura cultural e histórica, y la verdadera naturaleza de aquella empresa, que empieza con la toma de Granada y las Capitulaciones de Santa Fe, y acabará, para Colón, con su muerte en Valladolid, a los cincuenta y cuatro años de edad.
¿Colón era gallego, era portugués, era levantino, era, como parece ser lo más cierto, de Génova?
A este respecto -el origen del navegante- es la pericia filológica de Juan Gil quien desembaraza al lector de algunos escollos. En el punto siete de su Introducción, titulado “La ambigüedad lingüistica”, se detalla la pluralidad de acentos y de términos, en diversas lenguas, que usaba la marinería de aquella hora, y ello debido a la juventud con que se embarcaban, de tal forma que los navegantes hablaban una lengua franca que los convertía en extranjeros en cualquier sitio. Este hecho explica, por sí mismo, la cuestión menor de la procedencia del almirante: ¿era gallego, era portugués, era levantino, era, como parece ser lo más cierto, de Génova? Ateniéndonos a lo escrito por Colón, en sus textos se recogen extranjerismos de numerosas lenguas ribereñas de Europa. Lo cual, como queda dicho, se debe a la naturaleza de su propio oficio, y no a un residuo lingüistico de su lugar de origen. No en vano, es la acusada presencia de lo portugués aquello que Gil destaca en Colón; presencia que estaría justificada por el tiempo y el servicio que prestó a la corona lusa, pero cuya importancia se debe, según señala Gil, a la particular imagen cultural con la que Colón conceptuará las Indias, y que se halla vinculada estrechamente a sus viajes y sus conocimientos del África occidental.
Yendo a los propios textos de Colón (textos que conocemos, en buena parte, gracias a las transcripciones de fray Bartolomé de las Casas, asunto este de singular importancia), lo que el lector encuentra ante sí es, nada menos, que el testimonio inmediato de un hecho principal de la historia del mundo: “Los aires temperatísimos, los árboles y frutos y yervas son en estrema fermosura y muy diversos de los nuestros. Los ríos y puertos son tantos y tan estremos en bondad de los de las partidas de christianos, qu'es maravilla. Todas estas islas son populatísimas de la mejor gente sin mal ni engaño que haya debajo del çielo”. Esto es lo que puede leerse en la Carta a los reyes anunciando el descubrimiento, firmada en el “Mar de España, 4 de marzo de 1493”. Como es lógico, hay toda una imaginería del Edén sustentando esta visión paradisíaca de Colón, cuya complejidad ha analizado el propio Gil en Mitos y utopías del descubrimiento; y que junto con Cristóbal Colón: retrato de un hombre, de Consuelo Varela, conformarían una aproximación total a la figura del almirante. En todo caso, no es esta la única “distorsión”, la única lente cultural con que se escenifica el drama del encuentro entre ambos mundos. En esa misma carta, Colón relata cómo los indígenas se le acercaban, y cuáles eran sus creencias respecto de ellos; “en llegando a cualquiera poblazón, los hombres y mugeres y niños andan dado bozes por las casas: 'Benid, benid a ver la gente del cielo'”.
Mucho tiempo después, Cortés seguiría trasmitiendo esta sensación de asombro y maravilla al césar Carlos. De esa correspondencia entre ambos, Carpentier extraería su definición de “lo real maravilloso”. En estos Textos... de Colón, pues, obra inagotable y fascinante, el lector tiene ante sí la oportunidad de ver cómo un mundo y otro se interpretan al momento mismo de econtrarse, y cómo cada cual ajustaría su extrañeza al ámbito y a la necesidad de lo sabido.
Una de las dificultades con las que se halla el investigador de la figura del almirante es el escaso resto manuscrito que queda de él. A esto se añade el número de falsificaciones que, desde el siglo XVIII ha procurado la propia falta de documentos indiscutidos. Hay otra zona de incertidumbre de más difícil determinación, y que radica en el carácter de transcripciones de muchos de los textos disponibles. En el caso de lo transcrito por Bartolomé de las Casas, con mucha fidelidad, según consigna Juan Gil, hay pruebas de que Las Casas añade comentarios propios a lo anotado por Colón. ¿Suprimió también Las Casas aquello que no le pareció favorable al almirante? También la ortografía ha sido fuente de duda en el caso de las apostillas de Colón a los libros que manejó: el Imago Mundi de D'Ailly, la Historia rerum de Pío II Picolomini, el Viaje de Marco Polo redactado por Rustichello. Todavía en el XIX, el norteamericano Harrise llegó a Sevilla para demostrar -equivocadamente- que la Historia del almirante de Hernando Colón no era obra de su hijo. La Historia... se editó en Venecia, en italiano, el año de 1571. El año mismo de Lepanto.
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