Mística orgía sonora

Gringolts, Power & Altstaedt | Crítica

Ilya Gringolts, Lawrence Power y Nicolas Altstaedt en el último concierto el año en el Espacio Turina
Ilya Gringolts, Lawrence Power y Nicolas Altstaedt en el último concierto el año en el Espacio Turina / Luis Ollero

La ficha

Gringolts, Power & Altstaedt

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Música de Cámara en Turina. Ilya Gringolts, violín; Lawrence Power, viola; Nicolas Altstaedt, violonchelo.

Programa: Música para tres cuerdas.

Wolfgang Rihm (1952-2024): Musik für drei Streicher [1977]: I. Lento / II. Assai Sostenuto

William Byrd (1540-1623): Fantasia a 3 nº3

Gyorgy Kurtág (1926): Signs, Games and Messages: Ligatura Y [2001]

William Alwyn (1905-1985): Trío de cuerdas: II. Molto Vivace [1959]

Henry Purcell (1659-1695): Fantasia a 3 nº2 [1680; arreglo de Peter Warlock]

Roman Haubenstock-Ramati (1919-1994): Trío de cuerdas nº1 Ricercari [1948 / 1978]

Luigi Bocherini (1743-1805): Trío de cuerdas en do menor Op.14 nº2: III. Prestissimo [1772]

Anton Webern (1883-1945): Satz para trío de cuerdas [1925]

Henry Purcell: The Fairy Queen [1692]: A Birds Prelude

Gyorgy Kurtág : …pas à pas – nulle part Op.36: Intermezzo IV: Pizzicato keringő (Hommage à Ránki György) [1993-98]

Sándor Veress (1907-1992): Trío de cuerdas: II. Allegro molto [1954]

Henry Purcell: Timón de Atenas [c.1694]: Curtain Tune on a Ground

Jean Sibelius (1865-1957): Trío de cuerdas en sol menor [1894]

Johann Sebastian Bach (1685-1750): Invención a 3 voces nº11 en sol menor BWV 782 [1720-23] / Invención a 3 voces nº12 en la mayor BWV 783 [1720-23]

Zoltán Kodály (1882-1967): Intermezzo para trío de cuerdas [c.1905]

Sándor Veress: Szatmári Táncok para trío de cuerdas [1977]

Wolfgang Rihm: Musik für drei Streicher [1977]: VII. Energico

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado 20 de diciembre. Aforo: Un tercio de entrada.

Más que un concierto, lo propuesto por Ilya Gringolts, Lawrence Power y Nicolas Altstaedt fue una experiencia sonora radical, absorbente e hipnótica, desplegada a lo largo de dos partes –con intermedio– que sumaron cerca de noventa minutos de música. Noventa minutos vividos con una intensidad poco común para cerrar de forma excepcional el año 2025 en el Espacio Turina. Sin solución de continuidad, se sucedieron piezas antiguas y modernas, fantasías barrocas junto a experimentos contemporáneos extremos; pero el verdadero hilo conductor no fue el programa –por otra parte, inteligentemente concebido– sino la inmersión absoluta en la materia misma del sonido, en su fisicidad desnuda y en su capacidad para generar una energía verdaderamente descomunal.

El arranque fue revelador. Un acorde disonante de Wolfgang Rihm, lanzado con una potencia capaz de estremecer la arquitectura toda de la sala, instauró de inmediato en la audiencia un régimen de escucha distinto, casi ritual. Tan importante como esa violencia inicial fue el uso del silencio: pausas tensas, cargadas de expectativa, capaces de convertir cada ataque posterior en un acontecimiento. Tras ese impacto de partida, la Fantasía de William Byrd actuó casi como un lenitivo, no por falta de intensidad, sino por la pureza del contrapunto y la claridad de líneas, expuestas con una limpieza técnica admirable. La primera miniatura de Kurtág, aparentemente leve en su inicio, introdujo de pronto un contraste dinámico fulminante, subrayando esa estética del gesto concentrado que atraviesa buena parte del siglo XX.

Desde ese primer bloque quedó claro que la escucha iba a situarse en un plano poco habitual. Arcos al límite, deshilachados –con la excepción del control casi aristocrático de Power, ¿qué material y qué resina usa?–, para obtener una sonoridad cruda, descarnada, palpitante, poderosa, vibrante. La intensidad alcanzada en el Trío de William Alwyn fue extraordinaria, con un nervio rítmico incisivo y una proyección sonora de rotunda contundencia. El Purcell arreglado por Warlock ofreció, en contraste, una lección de limpieza contrapuntística y equilibrio, antes de adentrarse en la radical modernidad de Haubenstock-Ramati, abordada con una variedad de recursos tímbricos y gestuales que mantuvo la tensión al máximo. El Boccherini, prototipo del sonido galante, fue llevado aquí a un extremo casi expresionista, como si ese clasicismo elegante, cortesano, revelara una inesperada fraternidad con Wagner. Luego llegó la delicadeza extrema con la que el trío trató el aforismo dodecafónico de Webern, del que se elevaron al final unas extrañas criaturas, casi espectrales, que resultaron ser los pájaros de The Fairy Queen de Purcell. El final de la primera parte, con una pieza de naturaleza básicamente rítmica de Veress, brilló por su precisión y la pulcra incisividad de los acentos.

La segunda parte se abrió de nuevo al teatro de Purcell, recreado esta vez con un toque lúdico capaz de evocar admirablemente el carácter de las escenas barrocas. El Trío temprano de Sibelius confirmó otra vez la excelencia técnica del conjunto: qué precisión, qué belleza en las imitaciones entre violín y viola, qué equilibrio y qué sonoridad conjunta puede llegar a generar el empaste de los tres instrumentos. Las Invenciones de Bach ofrecieron un momento de serenidad, marcada por la pureza de líneas, una transparencia absoluta, una claridad luminosa... Un Kodály de gestos modales y un Veress danzable con el violín desafinado dejaron la impronta del color folclórico.

El trío se lanzó entonces a un apoteósico cierre de casi quince minutos con el último movimiento (“Energico”) de la Musik fur drei Streicher de Rihm, obra que dio título al concierto y que conocen a la perfección, ya que en otro de sus programas la combinan –entera– con el Trío Op.45 de Schoenberg. Y si al comienzo de la velada impactó el primer movimiento de la obra, que es un “Lento”, imagínense el “Energico” cómo sonó: un caudal de energía sonora empujando sin parar y culminado por un largo pasaje en el que los sonidos se dejaban resonar en estado puro, con todos los ecos de sus armónicos, hasta su completa extinción, antes de que surgiera el siguiente. El sonido valorado en sí mismo, por el puro placer de su escucha. Gringolts, Power y Altstaedt ofrecieron no solo una lección de audacia, sino también de técnica y de complicidad que fue mucho más allá de la cohesión exigible a los grandes solistas. Tres intérpretes descomunales en un ejercicio de brutal sensualidad musical, capaces de convertir la experiencia de la escucha en algo cercano al rapto místico.

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