Historia mínima del mundo
Cómo Islandia cambió el mundo | Crítica
Capitán Swing publica Cómo Islandia cambió el mundo, breviario histórico de la isla, obra del periodista Egill Bjarnason, escrito con humor, puntualidad y desenvoltura
La ficha
Cómo Islandia cambió el mundo. Egill Bjarnason. Trad. Juan Naranjo. Capitán Swing. Madrid, 2024. 272 págs. 23,50 €
Leyendo esta obra de Bjarnason, resulta inevitable recordar aquella otra de Thomas Cahill -De cómo los irlandeses salvaron la civilización-, dado el tono encomiástico o la óptica aumentada con que se acercan a sus respectivos temas. Cahill, a los monjes irlandeses que copiaron y preservaron numerosas obras de la antigüedad pagana. Bjarnason, al papel que jugó Islandia (recordemos que Islandia pudo ser aquella isla de San Barandán que poblaron monjes irlandeses como los que glosó Cahill), en la inmensa y heteróclita rueda de la historia. Cómo Islandia cambió el mundo es, en todo caso, una obra periodística, con las características y privilegios propias del género. Vale decir, con un uso adecuado de la ligereza y un recurso al titular de impacto, al que quizá se deba el nombre de la obra. Periodistas fueron Montanelli y Chesterton cuando acometen, respectivamente, su Historia de Roma y su Breve historia de Inglaterra. Y debemos al prolífico novelista André Maurois una Historia de los Estados Unidos (y otras dos de Inglaterra y Francia), en absoluto desdeñables. En esta obra de Bjarnason, pues, lo que el lector encuentra es el concurso de Islandia en la rueda mayor de la aventura humana. Un concurso con episodios de relieve, como la obra de Snorri Sturluson o la erupción del Laki, y otros de menor importancia, pero gratamente ilustrativos.
Bjarnason comienza por la población y asentamiento de islandeses en Groelandia, después de que la propia Islandia fuera poblada por escandinavos y con anterioridad, probablemente, por irlandeses. Un paso posterior será la llegada a la costa americana del hijo de Erik el Rojo, donde los asentamientos durarían poco tiempo, siendo un misterio mayor la desaparición de los pobladores groelandeses. Snorri Sturlusson, convertido ya al cristianismo, es el extraordinario compilador de la mitología hiperbórea donde triunfan Odín y Thor y las violentas sagas del norte. Un siglo antes, en el XII, Geoffrey de Montmouth ha recogido ya en su Historia de los reyes de Bretaña y la Vida de Merlín eso que ha dado en llamarse la leyenda artúrica y la “materia de Bretaña”. Borges será, como sabemos, un entusiasta traductor de una parte de la Edda Menor y un cumplido analista de las literaturas germánicas. “En el siglo XII -escribe Borges en La literatura escandinava-, los islandeses descubren la novela, el arte de Cervantes y de Flaubert, y ese descubrimiento es tan secreto y tan estéril para el resto del mundo, como su descubrimiento de América”. Snorri escribe ya en el siglo XIII, el siglo de Alfonso X y su General estoria -el Cantar del Mío Cid es de finales del XII-, de modo que Sturluson, cuya muerte violenta precisa aquí Bjarnason, es el compilador de un mundo abolido, cuyo influjo fantástico, sin embargo, llegará en su compleja contextura a las sagas de Tolkien, quien, según recuerda Bjarnason, tuvo como au pair de sus hijos a una joven islandesa, con la que hablaba en islandés, y a quien había escuchado relatar viejos cuentos folkóricos...
Otro de los episodios de gran importancia recogidos en esta obra es la erupción del volcán Laki, en 1783, cuya oscuridad alcanzó a buena parte del hemisferio norte, y cuya repercusión en las cosechas, o en la toxicidad del aire, causó un abultado número de víctimas, y cierta inquietud social que pudiera hallarse al fondo de posteriores desórdenes, por ejemplo, en Francia. Otros episodios que distingue Bjarnason son la participación de Islandia en la II Guerra Mundial como “aeropuerto” aliado; como base de entrenamiento para los astronautas del Apolo XI; como escenario del duelo ajedrecístico entre Fischer y Spassky, en plena Guerra Fría; como agente diplomático decisivo en la construcción del Estado de Israel; como lugar de encuentro entre Reagan y Gorbachov para negociar el desarme nuclear, y como vanguardia del acceso femenino al poder, en la figura de Vigdís Finnbogadóttir, elegida presidenta de la república islandesa en 1980. Estos son, de modo muy sumario, los hitos que Bjarnason despliega en su obra. Hitos que vienen recogidos con un acusado sentido del humor, y con la claridad apropiada para su fin encarecedor y didáctico.
El libro -La gran historia de una pequeña isla, es su subtítulo- acaba recordando que la banda sonora de Joker obtuvo un Oscar, y que la autora de la música era Hildur Godnadòttir, una concienciada compositora islandesa.
Montesquieu, Ossian y el Walhalla
Blair, al hacer el encomio del Ossian de McPherson, extraordinaria falsificación erudita que adaptaba la mitología irlandesa a una Escocia de su invención, destacaba que la escritura ossiánica era de mayor profundidad, de una condición sublime, que superaba a la poesía de Homero. Montesquieu, por su parte, en El espíritu de las leyes, para no acudir al ejemplo británico ni a la tradición helena, hacía derivar el instinto democrático de los franceses de los concilios celebrados en los profundos bosques de la antigüedad, que Tácito recoge en su Germania. Toda esa mitología (Arminio victorioso en Teotoburgo), es la que se acopiaría en el Walhalla de Leo von Klenze, en las afueras de Ratisbona, cuando Alemania era ya, o casi, la Alemania de El anillo del nibelungo. En buena medida, el Romanticismo se construiría sobre aquella mitología épica y virulenta, reunida por Sturluson, y cuyo alcance, político y cultural, acaso no hayamos comprendido en su verdadero relieve. En el Ragnarök de Borges, palabra que remite a un apocalipsis hiperbóreo, son unos estudiantes quienes ultiman, pistola en mano, a los viejos dioses mediterráneos cuando descubren su vileza; cuando sospechan que ya no saben hablar.
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