Il Giardino Armonico | Crítica

Un jardín que sigue fresco

Un momento del concierto de Il Giardino Armonico.

Un momento del concierto de Il Giardino Armonico. / Femas

Aunque pasen años –demasiados años– entre unas y otras, las visitas de Il Giardino Armonico al Femás dejan huella y se convierten en un acontecimiento cultural. Sucedió de nuevo este miércoles.

Con un elenco lleno de clásicos veteranos del conjunto (Bianchi, Vasi, Beschi, Russo...), los de Antonini trajeron un repertorio típico –casi tópico– en ellos: música barroca orquestal italiana. Y demostraron no solo no tener rival en él, sino estar, simplemente, en un nivel superior al de cualquier orquesta barroca del continente. Liderados por un colosal Stefano Barneschi, no solo mantuvieron las señas del conjunto características desde hace décadas, como las dinámicas extremas, la flexibilidad del pulso y los acentos intensos, sino que modelaron un sonido exquisito, especialmente en unos pianos tersos, timbrados y al tiempo delicados. Para ello, naturalmente, se necesita un control de arco como el trabajado durante generaciones por la tradición de los inventores del violín: la italiana.

Il Giardino modeló un sonido exquisito, terso, timbrado y al tiempo delicado

Con esas herramientas atacaron un bello programa que alcanzó su clímax en el operístico concerto grosso de Locatelli, una caja de sorpresas con más ideas musicales que toda la tetralogía de Wagner, que Antonini y Barneschi cincelaron hasta el menor detalle, con gusto exquisito y una amplísima gama retórica, llena de gestos teatrales –silencios infinitos, pianos eternos–.

Pese a lo vertiginoso de su tempo, Barneschi pasó como si nada por encima del velocísimo presto de la incómoda Tempestà di mare, para acabar el concierto muy arriba.

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