Ismael 'El Bola' y José del Tomate: la personalidad como reclamo

Ismael El Bola al cante y José del Tomate a la guitarra en la Sala X
Ismael El Bola al cante y José del Tomate a la guitarra en la Sala X / Alejandro Medina
Alejandro Medina

14 de marzo 2025 - 00:39

Si algo ha constatado la actuación de Ismael El Bola y José del Tomate este jueves en la Sala X, es que el flamenco tiene un público joven, atento y entregado que acude a encontrarse con los artistas de su generación a pesar de la lluvia, el horario noctámbulo y la competencia del fútbol. Anoche, en la segunda cita del Festival Flamenco Sync, una afición formada mayoritariamente por treintañeros se colocó de pie en la sala, botellín en mano, y disfrutó de un recital intenso y emotivo, de indudable jondura, donde quedó patente la incesante búsqueda de la personalidad que propulsa la carrera de El Bola.

En el arranque por soleá de Triana -versión Charamusco de Antonio Mairena- se percibe esa contención en los tempos, esa naturalidad a la hora de decir el cante, que se deleita en los bajos y, solo cuando lo requiere el discurso de la emoción, se quiebra. Ahí muestra El Bola lo más enjundioso de la escuela trianera a la que remite continuamente, pues se ancla a la melodía y un compás tan delicado que no soporta un solo acelerón. En la taranta, auspiciado por la fantasía de José del Tomate, percibimos cómo su voz se matiza, alarga y renueva con giros que buscan el pellizco sin impostura.

Y es que, quizás, este recital explique por sí solo las ansias de la generación a la que pertenece El Bola: modelar con la arcilla de la tradición un discurso que remita al presente, dejando entrever sin oscurantismos las fuentes de las que bebe, pero aspirando a decir las cosas en primera persona. Así lo sentimos en los tangos de El Titi, en la que el cantaor de La Pañoleta derrochó imaginación en las melodías y se amarró al compás para, por unos instantes, remitir a Chiquete, un referente que se nombró repetidamente entre el respetable. Quizás se deba a esos melismas, esa dulzura a la hora de exponer, lo que recuerde al maestro trianero. No se apartó mucho El Bola de El Tardón, pues rememoró a Lole y Manuel en unas bulerías que fueron un monumento de templanza, casi una canción, que incluyeron el estribillo de Todo es de color, que el público coreó sin tapujos.

Preludió las seguiriyas con el Pregón de Macandé, en una letra dedicada a sus antencedentes familiares, los nombres sagrados del flamenco de la Cava de los Gitanos: los Vega, los Bermúdez, los Cagancho y el añorado de su tío, Curro Fernández, desaparecido el pasado verano. Un cante que fue lo más aplaudido de la noche, con el público asomado al escenario, sumido en un silencio sepulcral que desmentía el ambiente gratamente informal que define este festival. En las alegrías entremetió mirabrás y miró también a Córdoba, en un estilo que le favorece enormemente, en el tramo más rítmico del concierto, cuando se evidenció su amplia experiencia como cantaor para el baile.

Así llegamos al fin de fiesta por bulerías casi sin darnos cuenta, absortos en la sonoridad de la guitarra de José del Tomate, que además de la exuberancia rítmica de su padre, atesora un oído totalmente sintonizado con las ondulaciones del cante, al que acompañó con una admirable mezcla de reposo y vigor.

Tras apenas una hora de concierto abandonamos la Sala X y nos enfrentamos de nuevo a la lluvia, pero seguros de habernos entregado a un nuevo ritual, el que convoca en esta sala junto al Guadalquivir las ansias del flamenco joven -artistas y aficionados- de encontrar su propia voz.

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