Literatura

Jacobo Bergareche: “La monogamia es un marco para las relaciones muy conflictivo”

Jacobo Bergareche (Londres, 1976).

Jacobo Bergareche (Londres, 1976). / Juan Carlos Vázquez

Diego cree reconocer a un fantasma del pasado, una mujer con la que veinte años atrás mantuvo un idilio tan fugaz como intenso en el Burning Man, ese festival singular en el que los asistentes buscan un cambio transformador y encienden una pira como metáfora de todo lo que debe arder en sus vidas. Aquella joven que le pidió que no se revelaran sus nombres no sólo fue un amor pasajero: sanó a aquel hombre que arrastraba el dolor y la tristeza de una pérdida. Años después, alentado por esa figura que ha vuelto a su historia, Diego entenderá que la existencia “sólo tiene un motor, que es apetito y deseo, deseo de vivir, de ver, de probar”, y que quizás, sin saberlo, ha estado muerto o sonámbulo hasta entonces. Tras el deslumbramiento que supuso Los días perfectos, Jacobo Bergareche regresa con Las despedidas (Libros del Asteroide), otro retrato sentido y preciso de la imposibilidad de conjugar la realidad y el deseo.

Las despedidas mantiene muchos vínculos con Los días perfectos. Se puede decir que es un escritor fiel a sí mismo.

–O que me repito [ríe].

–Bueno, en realidad, casi todos los autores lo hacen.

–Sí, siempre estás escribiendo el mismo libro. A mí me interesa la construcción de un universo, y que cada novela sea como una ventana abierta a ese paisaje. Hay variaciones, claro, cada novela se parece y no se parece a la otra. Esta vez me he intentado apartar de la primera persona, que luego la gente está todo el rato preguntando si la novela es autobiográfica [ríe de nuevo].

–En algún momento se dice que Diego no sabe nada de champán, ni de tomates, ni de la Odisea... y tampoco sabe mucho de su mujer. Es un antihéroe que va a tientas por la vida.

–Es alguien que se ha desconectado. El libro empieza con una cita del Romance del prisionero, la historia de alguien que está aislado de la naturaleza, de la primavera, de la gente, que está encerrado en una prisión y que al oír el canto de un parajillo se conecta con todo lo que hay fuera. Es una metáfora de lo que le ocurre al protagonista de este libro. Es simbólico que Diego no reconozca las canciones, que no recuerde las letras, porque el que está desconectado de la música está desconectado de sí mismo. Con la música regulamos nuestras emociones: un día estamos tristes y queremos que esa tristeza sea bonita, y buscamos una banda sonora acorde a esa necesidad, o queremos levantar el ánimo y nos ponemos una canción alegre. Quien no tiene interés en la música no tiene interés en lo que siente, no tiene interés en los otros. Amy es su puente con el mundo.

–A menudo, como le ocurre a Diego con Amy, alguien le cuenta a una persona desconocida todo lo que no se atreve a revelar a sus allegados.

–Sí, porque un desconocido no tiene expectativas sobre quiénes somos, no se va a asustar por lo que le desvelemos. Y con eso de que no vas a volver a verlo, seguramente, tú te armas de valor para abrirle tu corazón, para compartir lo que sientes, lo que piensas, lo que te inquieta. En realidad eso es lo que hace la gente cuando va a terapia: un psicólogo es un desconocido, y antes de que fuéramos a consulta nos confesábamos con un sacerdote que se ocultaba tras una celosía, que en cierto modo era como conversar con otro extraño...

–El Burning Man, un festival que construye una ciudad efímera cada año y que tiene un componente espiritual, es un lugar muy sugerente para ambientar una novela.

–Yo no he ido, pero mi amigo Miguel Olivares sí. El Burning Man tiene un templo que queman cada edición, que está dedicado a los muertos, y que cada año arde con las notas y las fotos que la gente deja allí. La gente acude al festival a hacer su duelo, que yo diría que es uno de los temas principales del libro. A mí me interesa mucho por motivos personales, porque yo perdí un hermano. Mi amigo fue al Burning Man porque se suicidó el suyo. Yo conocí a Miguel unas semanas después de mi pérdida, y me ayudó a ver aquello de otra manera. Fue esa persona que a veces te sirve de palanca y te recoloca, para que mires a la muerte de otro modo y seas capaz de despedirte de quien se te ha ido y seguir adelante.

Jacobo Bergareche. Jacobo Bergareche.

Jacobo Bergareche. / Juan Carlos Vázquez

–Las despedidas también habla de la paternidad.

–Sí, retrato las expectativas que albergamos acerca de nuestros hijos, las decepciones que se pueden tener con ellos, y me pregunto también qué es ser padre. ¿Es un vínculo? ¿Es un hecho biológico? Mejor no desvelar mucho de la trama, pero Diego comprenderá que, con la paternidad, hay cosas que no se pueden comprar por mucho dinero que tengas.

–El libro también se interroga sobre la monogamia.

–Hoy estamos revisando ese modelo, y no se sabe cuál es la fórmula adecuada. Es un marco de relaciones muy conflictivo, porque con el deseo se desborda muy pronto. Hay que mantener el deseo dentro de la relación, lo que es muy complicado, te genera un conflicto constante. Hay parejas que se imponen una cuota, tenemos que hacerlo x veces a la semana. Amy sabe que no encaja en ese modelo, que no sirve para atarse a alguien, y es consecuente.

–En el libro se dice que el mundo no está hecho para todos, que la gente que le busca un sentido está condenada a sufrir.

–Si te preocupas demasiado de buscarle una lógica a la vida te vas a amargar. Porque tal vez la vida no tenga sentido; ese sentido, si acaso, lo vas construyendo. No eliges dónde naces, a menos que te suicides no eliges cómo mueres. Por no escoger, a no ser que te lo cambies tú, no decides ni tu nombre, esa palabra con la que te presentas al mundo y por la que te conocen. La gente que necesita alguna certeza lo tiene bastante jodido.

"Siempre estás escribiendo el mismo libro. A mí me interesa la construcción de un universo, y que cada novela sea como una ventana abierta a ese paisaje"

–Amy es el ejemplo de que hay personas con profesiones más artesanales que saben más de la vida que mucha gente con estudios.

–Claro, la gente puede leer y tener discursos elevados sin ir a la Universidad. Amy fue un año y la dejó, se puso a elaborar helados, y supongo que se cultivó de otra manera.

–Ha dicho supongo. No es de esos autores que rellena fichas y fichas de sus personajes, que tienen detalladísimo su pasado...

–No lo sé todo de ellos. Me gusta que me sorprendan, controlo aspectos de ellos y lo combino con la intuición. A mí me parece que alguien que ha estado un año en la Universidad y que después busca su camino, si es alguien con curiosidad intelectual, puede tener un discurso profundo, con gran vocabulario. Yo a Amy me la imagino escuchando podcasts de filosofía. Los años que viví en Texas y en Boston me topé con muchos hippies como ella, que vivían con esta libertad.

–Por otro lado está Claudia, la esposa, a la que en algún momento se define como “insoportable y enfadada”. ¿Le costó abordar este personaje?

–Hay que pensar que la estamos viendo a través de los ojos de Diego, porque la cámara, digamos, está en él, la novela avanza a través de su punto de vista y su pensamiento. En algún momento se cuenta que Claudia es muy divertida con su amiga, pero en el matrimonio muestra otra cara, porque ya está cansada, amargada, con todo lo que carga. Es muy difícil salir de la inercia, más en el caso de Diego y Claudia, que son una pareja con poder: los dos tienen buenos trabajos, han ganado mucho dinero, se han comprado un casoplón en Menorca... Esas parejas, cuando tienen tres hijos y todo ese despliegue, continúan juntas aunque ya no se lleven bien, porque no sólo están manteniendo su unión, están manteniendo un estilo de vida, que es lo que te engancha. El dinero condiciona las relaciones sentimentales. Cuando tienes tanto, al final las posesiones te poseen. Por eso cuando Diego se reencuentra con Amy se da cuenta, paradójicamente, de todo lo que no tiene, de todo lo que le falta.

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