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Sin salida del ciclo infinito

La zanja | Crítica

Un momento de la representación de 'La zanja'.
Alfonso Crespo

26 de enero 2019 - 23:07

La ficha

** 'La zanja'. Titzina. Dramaturgia y dirección: Diego Lorca, Pako Merino. Diseño de sonido y música: Jonatan Bernabéu. Iluminación: Albert Anglada, Diego Lorca. Vestuario: Núria Espinach. Intérpretes: Diego Lorca, Pako Merino. Lugar: Teatro Central. Fecha: Sábado 26 de enero. Aforo: Media entrada.

Aunque en el origen del trabajo de la compañía Titzina esté la investigación sobre el terreno y el periodismo antropológico, en La zanja pesa mucho más lo discursivo y la idea de refriega de arquetipos con la intención de explicar la realidad. Así –como en aquellas viejas películas del difunto y querido Bertolucci–, aquí comparecen, antes que los reflejos de lo cotidiano, el Conquistador y el Indígena, encarnados en perchas humanas para llevar a cabo la danza cíclica de la rapiña y la resistencia, seguida de la no menos reconocible resaca trágica de condena y culpa. Los hombres del presente (el alcalde nativo y el ingeniero español) serían, bajo esta óptica, palimpsestos del pasado (Atahualpa y Pizarro, aquí explícitamente convocados) al mismo tiempo que semillas de un porvenir maldito.

‘La zanja’ peca de desmesura y su lucha de arquetipos impide la frescura

Este peso de lo mítico y su desborde en inmutabilidad se contradice con las ganas de narrar presentes en La zanja, donde las escenas se enganchan y compartimentan tras breves interrupciones y el dúo protagonista asume, con evidente riesgo y embarazo, la interpretación de distintos personajes dentro de un esquema austero y económico que los expone demasiado. La zanja, digamos, se ve venir desde lejos, pues queda claro, en molesta amalgama, tanto lo que piensan los autores como aquello que se va a precipitar sobre sus frágiles criaturas de ficción, como si, además de entropía y devastación capitalista, el mundo no escondiera belleza ni el misterio de la diferencia en la repetición.

Las ganas de “decir” y las buenas intenciones de Lorca y Merino ahogan cualquier atisbo de frescura y autenticidad.

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