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Francia reivindica a sus mosqueteros

Los tres mosqueteros: D'artagnan

Un fotograma de la nueva versión de 'Los tres mosqueteros'. / D. S.

La ficha

*** 'Los tres mosqueteros: D'Artagnan'. Aventuras, Francia, 2023, 121 min. Dirección: Martin Bourboulon. Guion: Matthieu Delaporte, Alexandre de La Patellière. Música: Guillaume Roussel. Fotografía: Nicolas Bolduc. Intérpretes: François Civil, Eva Green, Vincent Cassel, Romain Duris, Pio Marmai, Vicky Krieps, Louis Garrel.

Alejandro Dumas es un fenómeno asombroso. Escritor popular cuya obra podría parecer destinada a vivir el éxito del momento para después ser barrida –careciendo de la protección de los críticos y los historiadores– por los cambios de modas y de gustos, goza en cambio de perfecta buena salud casi dos siglos después de su publicación sin dejar de ser reeditadas y adaptadas una y otra vez al cine y la televisión. El gran público lector no desconoce la fidelidad a los autores que les procuran entretenimiento, placer y emoción.

Los tres mosqueteros, la obra que hoy nos ocupa, fue publicada en folletines por el diario Le Siècle entre marzo y julio de 1844. Tuvo su primera adaptación al cine en 1903, en forma de breves cuadros porque el lenguaje narrativo cinematográfico aún no existía, y solo en la era del mundo fue adaptada 12 veces, siendo la más famosa la dirigida por Fred Niblo e interpretada por Fairbanks como D’Artagnan en 1921. La primera versión sonora se rodó en 1932 y tras ella hasta hoy se ha adaptado una cincuentena de veces al cine y la televisión (la primera fue una emisión en directo de la RTF en las Navidades de 1959 con Belmondo como D’Artagnan, la más nuestra fue la serie de 20 episodios dirigida en 1971 por Pedro Amalio López en TVE con Sancho Gracia, Víctor Valverde, Mónica Randall y Elisa Ramírez). La más recordada de las versiones cinematográficas es la dirigida por George Sidney en 1948 e interpretada –poderío de estrellas de la Metro en suntuoso Metrocolor– por Gene Kelly, Lana Turner, June Allyson, Vicent Price, Gig Young, Angela Lansbury, Van Heflin, Keenan Wynn y Reginald Owen. Tras ella quizás la versión más recordada sea el díptico de Richard Lester (1973-1974).

Esta versión es una reivindicación francesa de la obra de Dumas cuya mejor versión –cosa humillante para la grandeur– es la ya citada hollywoodiense y cuya última adaptación francesa fue la correcta de Bernard Borderie rodada hace 62 años. Para dirigirla se ha recurrido al enfático, efectista y eficaz Martin Bourboulon que, tras darse a conocer triunfando en la comedia (las dos entregas del taquillazo Papá o mamá), se pasó a las superproducciones de exaltación de las glorias nacionales con la carísima Eiffel para ahora hacer una reivindicación gala de los mosqueteros. Su adaptación en dos partes rodadas a la vez (este mismo año se estrenará la segunda, Los tres mosqueteros: Milady) juega con dos barajas.

De una parte, la de la grandeur y la recuperación de una gloria nacional con un enorme presupuesto, un cuidado muy francés en la cara recreación de la época que aprovecha escenarios naturales, fidelidad al original literario (pese a trufarla con apuntes de aggiornamento políticamente correcto) y toques de humor consustanciales a todas las versiones cinematográficas que van bien al vitalismo de esta historia siempre joven y un gran elenco de excelentes actores franceses con François Civil como D’Artagnan, Vincent Cassel como Athos, Pio Marmai como Porthos y Romain Duris como Aramis, de un lado, y de otro Louis Garrel como el rey, Erich Ruf como Richelieu, Eva Green como Milady de Winter, Lyna Khoudri como Constance y Vicky Krieps como Ana de Austria. Ellos superan a los mosqueteros de la versión canónica del 48 (nunca pude digerir a Kelly como mosquetero), aunque Ruf no logra que olvidemos al Richelieu de Vincent Price (entre otras cosas porque su papel se reduce aquí al mínimo). Ellas están bien, pero, quizás cosa de la edad, no logran borrarme el recuerdo de Lana Turner, June Allyson y Angela Lansbury.

De otra parte, servidumbres de los tiempos, necesidad de competir en taquilla, la reivindicación de la grandeur se orilla para conducir el tratamiento y el ritmo de la película al entorno del cine histórico y de aventuras reinventado (para bien de taquilla y mal artístico) por Ridley Scott y al de las aventuras aggionaradas por Juego de tronos y otras series. Lo que se traduce en un montaje frenético, una cámara con convulsiones y una fotografía en exceso sombría que, más que del realismo (el último cine histórico parece haber olvidado la iluminación antes de la electricidad que Kubrick recreó tan prodigiosamente en Barry Lyndon), es deudora del gusto por el óxido, la suciedad y la oscuridad que marcan el actual cine de aventuras en todas sus facetas, desde las recreaciones seudo medievales y/o vikingas a los superhéroes pasando por el pobre Holmes. Tanto realismo de mugre y barro no se aviene con el universo de Dumas, que no es precisamente un Balzac y agradece el agua, el jabón y los colorines.

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