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Feria del Libro de Sevilla

"Mi aprendizaje como autor ha sido la incertidumbre"

  • Antonio Muñoz Molina inaugura la primera edición de HispaLit con una charla sobre el oficio de escribir y la falta de certezas. "En la literatura", dice, "no hay un saber objetivo"

Antonio Muñoz Molina, ayer en el Hotel Inglaterra.

Antonio Muñoz Molina, ayer en el Hotel Inglaterra. / Juan Carlos Vázquez

Uno de los principales reclamos de la Feria del Libro de este año, HispaLit, el primer festival dedicado al libro en lengua española, se inauguró ayer con una charla de Antonio Muñoz Molina, una conversación con la periodista Marta Maldonado en la que el autor de El jinete polaco o Plenilunio, reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, compartió con el público su perspectiva de la escritura.

"La expresión de clase magistral [como la anunciaban los responsables de la Feria del Libro] me suena demasiado solemne", afirma con humildad el jiennense (Úbeda, 1956) en un encuentro con la prensa, horas antes de su acto en la carpa de la Plaza de San Francisco. "Hablaré de lo fundamental, que es el oficio, y cuando digo el oficio me refiero al trabajo práctico, la actitud de escribir, de construir una frase, una historia, intentar hacerlo lo mejor que puedes e intentar aprender a lo largo del tiempo", comenta el narrador, antes de admitir que no alberga certezas al respecto. "¿Qué es lo que puede uno transmitir? No creo que en literatura haya un saber objetivo, como hay en la música, porque para componer tienes que saber solfeo y esto y lo otro, pero para escribir el instrumento fundamental lo tienes prácticamente de nacimiento, que es el dominio de la lengua, por un lado, y por otro, la capacidad humana de contar historias, que es una capacidad universal", sopesa.

"El oficio de un autor es muy limitado. No hay una técnica como cuando tocas el piano o la guitarra"

"Hay una parte del oficio", prosigue Muñoz Molina, "que es el trabajo periodístico, el trabajo de encargo que uno hace, que no es inferior, y ahí está como ejemplo que cuando pensamos en los años 30, en la literatura española, el mejor prosista es un periodista de Sevilla, Manuel Chaves Nogales. Cuando tú escribes para un periódico", dice un autor que más allá de su narrativa y su ensayo es también celebrado por sus artículos, "hay una historia profesional; desarrollas una serie de técnicas y lo aprendido te lleva a saber medir lo que tienes que escribir. Pero en la ficción o en la invención literaria el oficio es muy limitado. No hay una técnica que tú aprendas y que vayas a mejorar con el tiempo, como ocurre cuando tocas la guitarra o el piano. Lo que hay es una tentativa que tú haces de construir una historia de ficción, o de no ficción, pero lo que has aprendido al hacer otro libro no te sirve. Dependes mucho del azar, de que se te ocurra la historia, trabajas con materiales que en gran parte son inconscientes. Paradójicamente, el aprendizaje que yo he conseguido con el tiempo es el aprendizaje de la incertidumbre", concluye.

Hace años, en otro encuentro con la prensa cuando presentaba su novela Como la sombra que se va, el autor vinculaba la escritura con un sentimiento de "imposibilidad". Años después continúa percibiendo el desafío de la página en blanco con el temor a que el empeño no se complete. "Ahora he escrito una novela que estoy corrigiendo. A mí me llegan las ideas cocinando o fregando los platos, y tú vas tanteando a ver si funciona. A veces esas ideas salen y otras no. He empezado proyectos y los he dejado, algunos los he dado por imposibles hasta después de terminarlos. Tras el tanteo viene el control racional, tú revisas el manuscrito y ves si te has equivocado, si sobra alguna parte. Pero el proceso principal en gran parte tiene mucho de inconsciente, que es algo que no te ofrece garantías. Hay escritores que planifican mucho, tienen la obra más calculada, pero en mi caso se suceden la intuición y la corrección", argumenta.

"Un escritor ejerce su ciudadanía con su trabajo, pero es legítimo si prefiere quedarse al margen"

En la Feria de Fráncfort, donde pronunció un emocionante discurso hace unos días, Muñoz Molina declaró que no podía desligar su condición de escritor de la de ciudadano. "Pero yo no puedo decidir y plantearme, por ejemplo, que voy a hacer una novela sobre los desahucios. Sobre ese tema puedo hacer un reportaje, proponiéndomelo, pero ¿una novela? El tema, por sí solo, no me sirve de nada", matiza. "Por supuesto, el escritor ejerce su ciudadanía con su trabajo, pero, ojo, también si quiere, que en una sociedad democrática tú puedes optar por quedarte al margen y no pasa nada. Muchas veces, el sentido, el significado profundo que tiene una obra, no lo controla el escritor. Tú puedes tener una idea, pero con la idea, insisto, no vas a ningún lado. Las ideas son abstractas y la literatura es concreta: tiene que materializarse en una historia, en unos personajes".

Muñoz Molina recogió hace una semana el Premio José Luis Sampedro, al que considera un referente. "Es una distinción que da el Festival Getafe Negro, que tiene todas mis simpatías, un festival de literatura negra que se realiza en Getafe, y yo he ido en varias ocasiones porque parte de mi obra conecta con ese género. Pero aparte me emociona mucho un premio que lleva el nombre de José Luis Sampedro. Era un hombre al que conocí en la Academia, y tenía el don de la rebeldía, la práctica de explicar el mundo tal como es. Era muy afable, pero decía las cosas de manera franca, nada demagógica. Además me hizo entrega del premio su mujer, Olga Lucas, que tiene una historia interesantísima, es hija de exiliados republicanos, se crio en Hungría. Fue un momento muy conmovedor", recuerda.

Antonio Muñoz Molina. Antonio Muñoz Molina.

Antonio Muñoz Molina. / Juan Carlos Vázquez

El creador publicó el pasado otoño Volver a dónde (Seix Barral), un ensayo escrito durante la pandemia y en el que recogía, entre otras reflexiones, el desencanto ante una sociedad que no supo enderezar el rumbo –ese saldremos mejores– tras la dramática experiencia del coronavirus, ante una ciudad que continuaba siendo hostil. "Aquí debería precisar algo, y es que Madrid es una capital dominada por el oscurantismo. En otras ciudades, por ejemplo en Sevilla, hay políticas urbanas que promueven el carril bici o la peatonalización. Madrid, como caminante y ciclista que soy, me parece incómoda. Y pasa en más sitios, pero allí se nota mucho la diferencia, la desigualdad, entre la gente con dinero y la gente más pobre. Es triste que los trabajadores no puedan vivir en el núcleo urbano porque los alquileres son disparatados", lamenta.

En la pandemia, reflexiona, "aprendimos el valor de la sanidad pública pero estamos viendo con desconcierto y con rabia cómo la sanidad publica sigue siendo descuidada, abandonada. Con el virus nos hemos dado cuenta del orden de prioridades, de lo que necesitamos. Lo importante que es que haya una Administración pública, unas instituciones, para conseguir una proeza como la de dar con una vacuna en un tiempo récord. ¿Cómo es posible que no se cuide, después de lo que ha pasado, la atención primaria? ¿Cómo es posible que un gestor presuma de bajar impuestos? Si no hay impuestos, ¿cómo vamos a tener servicios?", se cuestiona.

La conversación vuelve a la obra de Muñoz Molina, y en concreto a su interés en la memoria individual (Ardor guerrero, El viento de la luna) o colectiva (Sefarad, La noche de los tiempos). "Es una de mis obsesiones, sí", concede. "Cada autor, cada artista, tiene, no sé cómo llamarlo, una identidad psicológica profunda, que es de donde nace tu trabajo, y esa identidad viene creada por tus circunstancias históricas, personales y sociales, aquellas que te llevan a escribir", medita, y analiza una cuestión que ya abordó en el discurso de la Feria de Fráncfort. "Mi biografía ha coincidido con una época de tránsito histórico, y he visto un mundo que desapareció. Yo tengo recuerdos que mucha gente no tiene, que además parecen más antiguos, porque vengo del interior de Andalucía, una tierra muy marcada por la pobreza y el aislamiento. Yo siento lealtad a la gente que me crio, una necesidad de contar que yo viví eso, y mirarlo en la perspectiva de lo que ha venido después, ver cómo las cosas han cambiado en este país, una transformación que estuvo más comprimida y fue más rápida que en otros sitios. Algo que me ha marcado es que yo vi a la gente segando con hoz y ahora vivo en un mundo de comunicaciones instantáneas. Ese salto, el paso del mundo rural al mundo urbano, para mí, y para muchos otros, no es un tema abstracto, sino algo que forma parte de mi biografía. De ahí bebe mi obra".

"¿Cómo es posible que un gestor presuma de bajar impuestos? Si no los hay, ¿cómo vamos a pagar los servicios?"

El narrador cree que "la vehemencia, la alegría" que se respiran en las ferias del libro tras la pandemia revelan que "descubrimos que la lectura es algo sustancial para nosotros. Un libro tiene el valor de lo sencillo, en una época de sofisticación tecnológica, en el tiempo de las series, las plataformas y el metaverso", sostiene el también académico, que al ser preguntado por el futuro del castellano retoma sus inquietudes como ciudadano. "Lo importante es si quien va a usar la lengua será una sociedad educada y democrática, con un debate verdadero, o si la ignorancia usará la lengua como arma arrojadiza", opina, y de nuevo asoma esa modestia que le impide sentar cátedra: "La verdad es que no tengo una opinión al respecto".

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