Margarit
Joan Margarit | Obituario
Hace meses, sabíamos que era cuestión de semanas. Hace unas semanas, sabíamos que era cuestión de días.
Lo sabía él mejor que nadie, aunque, como todos sus amigos, esperaba un milagro, que es lo menos que cabe esperar en las situaciones desesperadas.
Se agarró al vivir mientras pudo, y ya no ha podido más.
Ha muerto, eso sí, escribiendo hasta última hora, porque escribir era su manera de entender, de entenderse. De conocer y de organizar el sentir y la memoria.
Es la suya una poesía de intensidades, de una emotividad sosegada pero inquietante a la vez, por lo que tiene no sólo de introspección, sino también por lo que tiene de prospección de la condición humana: esa mirada entre desolada y celebratoria del vivir. Esa modulación del pensamiento que se piensa a sí mismo.
Contradice su poesía de senectud esa convención optimista según la cual el paso del tiempo nos otorga sabiduría, cuando lo que suele traernos es más bien una extraña forma de confusión, de confusión extrañamente lúcida: la de saber que no sabemos lo que creíamos saber. O tal vez la asunción de que esa sabiduría tan pregonada consiste en ir desconociéndonos, en ir licuando lo que creíamos sólido, en ir convirtiéndonos en un ser anónimo que ve en el espejo la imagen de un desconocido habitual.
Ha muerto Joan, nuestro amigo. Las cosas no iban bien. No hubo milagro. Ya está para siempre en sus versos.
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