La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Novedad editorial
De Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920 - Los Ángeles, 2012) se puede decir que lo ha leído todo el mundo, aunque no todo el mundo lo sepa. Resultaría difícil encontrar otra figura más relevante en la literatura popular del último siglo. Ahora bien, lo interesante es la posibilidad de leer a Ray Bradbury como si fuera la primera vez. Y eso es precisamente lo que sirve en bandeja la nueva colección de cuentos que acaba de publicar Páginas de Espuma, con edición a cargo de Paul Viejo, la nueva traducción de Ce Santiago, el prólogo de Laura Fernández y las ilustraciones de Arturo Garrido, inspirados en los dibujos originales de Bradbury. Sus responsables presentan el ingente volumen de 1.344 páginas como “la más amplia y ambiciosa antología de cuentos de Ray Bradbury” en cualquier lengua, todo un hito para una firma independiente como Páginas de Espuma, que logró hacerse con el favor de los herederos de Bradbury frente a los grandes grupos editoriales (Minotauro, el sello de ciencia-ficción integrado en el Grupo Planeta, es el proveedor habitual de la obra de Ray Bradbury en librerías) cuando quedó puesta sobre la mesa la posibilidad de una nueva antología en lengua española. Tras un proceloso trabajo con los mismos herederos y las agencias responsables del legado del escritor estadounidense (las prerrogativas marcaban incluso la tipografía que debía emplearse en la publicación), Bradbury se presenta como un clásico renovado, al servicio de una nueva generación de lectores que sí descubrirán de primeras su mundo, lleno de nostalgia, fantasía y lucidez; pero también para quienes ya lo conocen el autor de Las maquinarias de la alegría campará en su imaginación como un recién llegado.
La antología reúne un total de 116 cuentos que abarcan todas las etapas creativas de Bradbury, desde sus primeras publicaciones profesionales aparecidas en los años 40 en revistas de ciencia-ficción y de terror como Weird Tales y Amazing Stories hasta sus últimos cuentos, escritos a finales de los 90. Tal y como explica Paul Viejo, la manera de trabajar que mantuvo Bradbury hasta su muerte imposibilita la concreción de una obra completa y convierte en titánica la edición de una antología como la ahora publicada por Páginas de Espuma: “Bradbury escribía y reescribía constantemente, revisaba su material y alumbraba cuentos nuevos muchas veces a partir de la reelaboración de los ya escritos. A menudo, cuando preparaba sus libros, echaba mano de cuentos escritos e incluso publicados mucho antes. Así que a menudo es muy difícil identificar, por ejemplo, cuándo un cuento sencillamente ha registrado algunos cambios o cuando se ha convertido definitivamente en otro. Bradbury dejó conformado un legado de unos 450 cuentos para futuras antologías, pero, aunque se habla de más de seiscientos, es complicado precisar cuántos escribió realmente. Fijar una antología de 116 como la nuestra es ya ciertamente complicado”. El volumen presenta así los relatos en orden cronológico, “lo que permite al lector hacer un seguimiento eficaz de la evolución creativa de Bradbury”, e incluye en su integridad los libros Crónicas marcianas (1950) y El hombre ilustrado (1951), con la traducción común y expresa de Ce Santiago, reveladora de nuevos matices y esencial para dotar de la mayor coherencia al conjunto.
En estos Cuentos hay una doble reivindicación de Ray Bradbury. Primero, precisamente, como autor de cuentos: aunque su novela Fahrenheit 451 le reportó fama universal, y aunque cultivó también la poesía (con extraordinario alcance) y el guion cinematográfico, Bradbury se refería siempre a sí mismo como autor de cuentos, el género al que dedicó la mayor parte de las mil palabras diarias que aseguraba escribir desde su infancia. La segunda reivindicación tiene que ver con la consideración de Bradbury como clásico de la literatura, cuestión controvertida por su dedicación a la fantasía y la ciencia-ficción. De hecho, Páginas de Espuma ha publicado la antología dentro de su colección de clásicos a modo de definitiva declaración de intenciones (lo que, de paso, terminó de convencer a los herederos del autor para inclinarse a favor de la propuesta de la editorial), junto a Chéjov, Flaubert y Wharton. Eso sí, Bradbury rechazó la etiqueta de escritor de ciencia-ficción, primero porque su obra abarca mucho más y segundo porque, por lo general, el autor no fue precisamente bien recibido entre la mayor parte de los escritores americanos de ciencia-ficción de su tiempo, quienes a menudo veían en su obra una fantasía demasiado naif. Pero, en cualquier caso, y tal y como explica Laura Fernández, “Ray Bradbury es sobre todo un humanista. El mundo es para él algo maravilloso, aunque al mismo tiempo corre el riesgo de convertirse en algo aterrador. Pero es ese humanismo el que define su obra especialmente”. No en vano, José Luis Garci se refirió a Ray Bradbury en su imprescindible monografía del autor, publicada originalmente en 1971, como un “humanista del futuro”. El atardecer en Marte, viajes interplanetarios, miedos nocturnos, paisajes mutantes, criaturas terroríficas, la melancolía de las tardes de lluvia y otros muchos ingredientes se encuentran en estos cuentos. Una vez más, por primera vez.
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