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Un viento frío, ¿lo pueden creer?

El dato es tan elocuente que no necesita glosa: un señor que desde 1978 estaba, en estudio y en escena, con Paco de Lucía, y es la primera vez que visita nuestra ciudad en una programación estrictamente jonda: ni flamenco-jazz, ni flamenco-fusión, ni otras etiquetas estúpidas. Lo que lamento es que no se dieran las mejores condiciones para que Pardo mostrara al público sevillano más jondo su arte de gran calado flamenco. En lo musical, que es lo que más importa: el interés creciente de Pardo por la flauta no convierte a Juan Diego, enorme guitarrista jerezano, en su mejor contrapunto. Pardo ha patentado una técnica de flauta flamenca que horrorizaría a los sufridos del método Altes, una técnica que embarulla el sonido de la flauta metálica. Era la única manera, la mejor manera, de traer este pulcro instrumento occidental a las escalas modales flamencas. Para ello Pardo ha usado técnicas del jazz, del rock y propias. Como antes hicera con el saxo. Es, pues, un revolucionario tímbrico de nuestro arte (pese a Fernando Vilches, el Negro Aquilino, Davis, Coltrane o Iturralde: así de recalcitrantes somos). Pero la flauta travesera es lo que es, y su pulcritud, su lánguida melancolía, su elegante sobriedad se torna hielo en este arte. Así que se suma frío con frío. Juan Diego uno de los guitarristas más personales del panorama flamenco. Y su toque es frío. Nada que alegar, sino todo lo contrario. Su intervención en solitario fue de lo mejor de la noche. La alegación que hago tiene que ver con la adición de frío con frío. Eso dominó la noche. Pese a Tomasito. Creo que alguien boicoteó la intervención de Tomás Moreno: ni tenía suelo para sus lindos pies, ni su voz melodiosa pudo escucharse ni entenderse a causa de una megafonía atroz. Porque si Pardo y Juan Diego son personales, Tomasito es un mago. Un showman, hombre-ritmo, la amalgama hecha carne humana. Esta representación demuestra que, para elaborar un buen plato, no basta con tener buenos ingredientes. Es necesario el arte de la alquimia. Mejor el bronce que la plata, y cuando Pardo cogió el saxo alto para dialogar con el guitarrista por tangos la noche ganó calor y enteros.

Un viento frío, ¿lo pueden creer? Con dos de los más cálidos flamencos de la hora. Claro que el público también propició este aire gélido, con sus impertinentes entradas y salidas. La sala Joaquín Turina se está convirtindo en un lugar muy incómodo para escuchar y ver flamenco, ya que la gente se permite, y se le permite, estar la hora y media que dura la representación, y no sólo los diez primeros minutos, entrando y saliendo, o luchando con la acomodadora para conseguir una instantánea de los artistas con el móvil, con la consiguiente contaminación acústica y lumínica. Hay espectadores que entran a ver los dos últimos temas y el bis. Palabra. La organización se ha relajado en exceso.

Momentos los hubo: con el baile de Tomasito del Bolero de Ravel de Pardo, el mejor dúo de la noche. Con las alegrías camaroneras o la soleá de Triana. El joropo de Antonio Sotelo. Pardo es un intérprete romántico. No busca la abstracción melódica; bastante tiene con lo suyo, la propuesta de naturalizar sus instrumentos en este arte. Pardo canta a Camarón, La Serneta o Frijones. Y luego se deja llevar por la variación. Lo mejor de todo, se deja llevar por el momento, por el aire de la noche. Solo que ayer soplaban vientos gélidos. Nieve en Sevilla.

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