Tribuna

Pepe Luis, de nuevo a hombros por San Bernardo

  • San Bernardo conserva en cada una de sus esquinas el espíritu de tantos soñaron con el toro

Pepe Luis, ante la Virgen del Refugio.

Pepe Luis, ante la Virgen del Refugio. / M. G.

TAL y como se ha pregonado, Sevilla es la ciudad en la que el tiempo aprendió a pararse. Bien lo estamos constatando en estos días en los que las procesiones de Semana Santa nos devuelven a estampas de siglos pasados. Las calles, inundadas por el aroma del incienso y los resquicios del azahar, vuelven a acoger el bullicio de siempre: con el fervor que las imágenes, enaltecidas por sus pasos procesionales, despiertan entre la multitud de devotos. Las mantillas, los balcones, los altares, las torrijas, y ese sinfín de pequeños detalles que conforman la gran historia de esta bendita ciudad, resucitan año tras año el legado de nuestros antepasados para recordarnos que lo auténtico y bello es siempre nuevo, eterno.

Por eso cien años para una figura como la de Pepe Luis Vázquez no son nada. Y así nos lo demuestra también el barrio donde nació: San Bernardo, que conserva en cada una de sus esquinas el espíritu de tantos y tantos que antaño soñaron con el toro. En la pila de su parroquia recibió el bautismo quien luego aprendió a andar en los aledaños del matadero, el mismo que después conquistó la Maestranza y quien finalmente terminó escribiendo su nombre en el libro de oro de la tauromaquia.

Pepe Luis Vázquez vestido de nazareno de San Bernardo. Pepe Luis Vázquez vestido de nazareno de San Bernardo.

Pepe Luis Vázquez vestido de nazareno de San Bernardo. / M. G.

Pero para él todo eso no fue nada comparado con el amor que sintió por los titulares de su hermandad, el cristo de la Salud y la Virgen del Refugio. Y así nos lo quiso transmitir a sus hijos y nietos cada Miércoles Santo, cuando acudía como uno más a contemplarlos por el puente de los bomberos. O ya en sus últimos compases, cuando sólo veía a través de los ojos del alma y nos insistía en que su voluntad final era descansar bajo los pies del padre al que rezó en las tardes de corrida y que siempre llevó en su cabecera.

En la misma pila que él se bautizó, introdujo en el cristianismo a sus siete hijos. Y en esa misma parroquia, nunca olvidaré, celebró las bodas de oro con la mujer de su vida, mi abuela Mercedes. Precisamente fue con ella con quien viví la emoción de cada Miércoles Santo, tras la muerte de mi abuelo, viendo pasar a la hermandad de San Bernardo por casa de mi tía –también Mercedes–. Grabado en mi memoria, pero sobre todo en el corazón, queda el llanto profundo que allí se fundía con la pena por la ausencia, la gratitud por la herencia recibida y la alegría del reencuentro con él, pues ver a su cristo y a su virgen, era –y sigue siendo– lo más parecido a tenerlo cerca.

Durante muchos años, lució túnica morada y capa negra para realizar estación de penitencia en su hermandad. Incluso se llegó a dar la bonita coincidencia –ocultada por los antifaces–en la que Pepe Luis y su hermano Manolo acompañaron a la Virgen con una vara en la mano desde la presidencia, siendo el primero consiliario de la hermandad y el segundo hermano mayor.

Si mi abuelo algo llevó a gala durante su vida, sin duda, fue la pertenencia a la hermandad de su barrio. Allí se crió, se hizo torero y volvió en la noche del 19 de mayo de 2013. Como el pájaro perdiz, que donde nace quiere morir, y muere. Ese año, además, celebraba el 75 aniversario como hermano de San Bernardo.

Entre las infinitas anécdotas con el viejo arrabal, destaca una de su infancia. Un trabajador de la fábrica de artillería, al verle torear de salón en la calle, le lanzó una moneda a modo de predicción. O esa tarde de verano de 1938 en la que, recién despuntado su arte y confirmados los presagios, fue llevado a hombros hasta la mismísima puerta de su casa tras una colosal faena en el coso del arenal.

Desde el 21 de diciembre de 1921, San Bernardo ha sido la cuna que ha mecido a su hijo más predilecto. Hoy no será diferente. La virgen del Refugio va ataviada con el traje de torear que estrenó para su alternativa el 15 de agosto de 1940 y que posteriormente fue reconvertido en saya. Así, este miércoles santo en cada chicotá, los costaleros del palio mecerán a su madre y también a Pepe Luis, que volverá a hombros por su barrio gracias al brillo perpetuo de unas luces que nunca se apagan.

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