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Análisis

rafael rubio

Profesor de la Universidad Complutense

All about Trump

Las elecciones de EEUU son un referéndum sobre Trump. Aunque esto suele ocurrir en toda elección en la que está en juego la reelección (lo que, salvo caso de recesión económica, beneficia al presidente), esta vez su controvertida personalidad ha conseguido anular cualquier otro tema de la agenda electoral.

Decía Ronald Reagan que antes de ir a votar, todo norteamericano se mira el bolsillo y recuerda cómo estaba hace cuatro años. Así lo entendió Bill Clinton en 1992: "It's economy, stupid". Si en estas elecciones fuera la economía, Trump no tendría muchos problemas para lograr la reelección, a fin de cuentas hoy hay una mayoría de estadounidenses (56%) satisfechos con una gestión económica que ha batido récords en creación de empleos, subidas salarias, etcéteras. Pero no; lo estúpido hoy sería pensar que es sólo la economía.

"It's the Covid, stupid", podría decirse. Y algo de razón habría para hacerlo. El coronavirus también ha puesto patas arriba la campaña electoral, no sólo por sus efectos económicos, y aunque Trump ha conseguido mantener sus niveles de aceptación en torno al 43%, una mayoría (también el 56%) no están de acuerdo con su forma de gestionar la pandemia, lo que puede ser especialmente nocivo en unos días donde la situación sanitaria está empeorando significativamente.

Pero tampoco. No se trata ni de la situación económica ni del Covid, "It's all about Trump, stupid", todo sobre Trump. Y se votará en favor o en contra de algo más que un presidente, porque Trump no es sólo un candidato; ha sido el tema de campaña. Trump ha convertido la forma en el fondo, y esto, que fue su mayor ventaja, puede haberse convertido en su mayor obstáculo, al poner en segundo plano una gestión que se aleja mucho del apocalipsis que muchos anunciaron en 2016.

Trump, que se encontró un país muy dividido y supo aprovecharlo como plataforma para su elección, se enfrenta ahora a un país todavía más polarizado, con una violencia en las formas que ha contagiado a todo EEUU y que los medios, con su respuesta, no han hecho más que aumentar. Nadie lo juzgará por no haber levantado su famoso muro, ni por haber alcanzado acuerdos importantes en Oriente Próximo, ni siquiera por ser el primer presidente en 40 años que no ha declarado una guerra (si la política exterior siempre ha sido la maría en las elecciones de EEUU, esta vez lo será aún más).

La inmensa mayoría de los estudios demoscópicos coinciden en que Trump tiene muy pocas probabilidades de volver a ser presidente: exactamente las mismas que tenía en 2016. Las encuestas son abrumadoramente favorables a Joe Biden, convertido en un mero figurante de esta elección, y Trump tendría que ganar al menos en ocho estados en los que hoy parece estar por detrás. Pero la sorpresa de 2016, y cierta tendencia a la baja de la distancia que hasta hace dos semanas era de dos cifras, en estados clave como Arizona, Florida, Ohio y Pensilvania, hace que sobrevuele el ambiente una sensación de incertidumbre, casi miedo.

A la luz de los casi cien millones de votos anticipados y por correo la movilización electoral puede batir récords, superando los 160 millones. Muchos se apresuran al atribuir este récord a una movilización demócrata sin precedentes, sin llegar a entender que para alcanzar estos números es necesario una movilización al menos similar en el bando republicano, y que, como ya se demostró en 2016, en las elecciones estadounidenses no hay nada más inútil que el resultado nacional, que no sirve ni de consuelo.

Son tantas las dudas que muchos advierten de que estas elecciones pueden terminar resolviéndose en los tribunales, como ocurrió ya en 1876 o en 2000 (en ambos casos de manera favorable a los candidatos republicanos). El hecho de que la participación previa vaya a superar la participación de este martes, que ésta haya sido mayoritariamente demócrata y que los votos recibidos antes se cuenten después, puede provocar que una ventaja inicial de Trump, cuyos votantes prefieren acudir a las urnas, en el recuento de estados claves sea sólo una parte de la realidad y que haya que esperar muchas horas, quizás días, para conocer el ganador. Los medios, mientras, se preparan para el ejercicio de la prudencia informativa (un oxímoron) tanto a la hora de dar resultados como de recoger las declaraciones de los contendientes. Por una vez, ser el primero no será ser el mejor.

Hoy todos estaremos pendientes de un puñado de estados que nos cuesta situar en el mapa, y de los que, aunque sólo oímos hablar cada cuatro años, depende el resultado final, pero no olvidemos las 35 elecciones que reparten asientos del Senado, especialmente los de Arizona, Colorado, Maine y Georgia, su resultado, en los próximos años, puede ser tan importante como el de la propia presidencia.

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